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Los «Glimmer Twins» atacan de nuevo

Vaya par. Ya cuando se conocieron en el colegio a la tierna edad de siete añitos, alguna maestra debió prever los incendios, cataclismos y terremotos que provocarían los futuros Gemelos Deslumbrantes, pseudónimo que utilizarían para la producción y composición de sus discos. Con casi tres cuartos de siglo a sus espaldas (anchas, largas y castigadas, muy castigadas), Mick Jagger y Keith Richards acaban de anotar otro tanto para los Rolling Stones con la publicación (ya de venta en España desde la semana pasada) de un estupendo disco de versiones, Blue & Lonesome, con el que rinden tributo al blues, y a las canciones y artistas negros americanos que escucharon hasta hartarse en su adolescencia.

Aunque no es un disco precisamente adecuado para una tarde de domingo: con un sonido sucio, duro y sin concesiones, desde el minuto uno te traslada a ese ambiente oscuro, peligroso, desgarrado y sentimental que podía haber en cualquier local o club de Chicago donde los negros se reunían a oír su música. Yo no sé cómo será su día a día, pero los cuatro integrantes de la mayor multinacional del rock, los putos amos de este negocio durante gran parte de los últimos cincuenta años, están en forma: vaya guitarras, vaya armónicas, menuda batería. Y menuda voz, la de ese diablo satánico y majestuoso que no para de hacer niños (ya lleva ocho?) como si fueran rosquillas, que es Mick Jagger. Maltratado por los medios (que le describen siempre altivo, cerebral, vanidoso y obsesionado por la pasta y el lujo) frente al bucolismo de un Richards que es el canon del perfecto rockero con todos sus dramas a cuestas, menos mal que la banda más famosa del universo ha sido dirigida con mano férrea por ese blanquito delgaducho de voz suburbial que es Jagger, porque si no hubiera sido así, los Rolling hubieran durado menos que un caramelo a la puerta de un colegio (hace no mucho, Keith Richards estuvo a punto de palmarla por caerse de un cocotero. Pero, ¿se puede saber qué narices hacía un señor en edad de jubilarse subido a un cocotero, válgame dios?)

Y tienen mérito, porque a golfos, a golfos de verdad, a Mick y Keith no les ha ganado nadie: se han bebido y metido lo que no está en los libros, han levantado todas las faldas habidas y por haber (yo creo que el resto de la humanidad masculina vivimos de las chicas que han dejado libres), se han puesto los cuernos mutuamente con sus respectivas, han sido detenidos y enchironados en el calabozo por posesión de drogas, y también tienen sus correspondientes muescas macabras, para que no les falte de «ná»: la muerte por sobredosis de uno de sus integrantes iniciales, Brian Jones, y la tristísima noche de Altamont de 1969, donde Los Ángeles del Infierno -la banda de moteros que pusieron como responsables de seguridad del concierto: vaya crack, al que se le ocurrió la idea?- dispararon y mataron a un fan que sacó una pistola, con los Rolling tocando sobre el escenario.

Y tiene mérito, decimos, porque todo esto pasaba mientras se convertían en la mejor banda del mundo. Los chicos malos, la vergüenza británica, los que tenían aterradas a las mamás de media Inglaterra («yo no dejaría a mi hija sola con un Rolling Stones», decían los carteles promocionales de entonces), se subieron al carro del poder, y ya no se bajaron. Musical (y socialmente) eternos y siempre reconocibles, han coqueteado con todos los estilos, ya sea el soul, el funky, el metal o el blues, pero siempre para acabar diciendo que el rock and roll son ellos.

Por todo ello, es aún más sorprendente que la primera canción, la primera de todas, que compusieron juntos Jagger y Richards -no tenían ni veinte años cumplidos, y fueron obligados a la fuerza por su mánager, que les encerró durante una noche en la cocina del apartamento que les pagaba- fuera una balada de una belleza tan arrebatadora que les dio vergüenza presentarla ellos mismos, no fueran a calificarles de blanditos y poco machos. Se la cedieron a Marianne Faithfull, un bellezón londinense que empezaba a despuntar, y que posteriormente se convertiría en pareja de Jagger y musa de los Rolling. As tears go by, de una sencillez tan apabullante que parece una nana, da voz a una mujer madura y adulta, que sentada en un banco del parque viendo jugar a sus hijos, reflexiona sobre el paso del tiempo. ¿Cómo les dio por ahí, a estos dos niñatos llenos de testosterona y con toda la vida por delante, para hacer algo tan simple y de tanto calado a la vez? ¿qué se tomaron esa noche, qué? Cincuenta años más tarde, Martin Scorsese les grabó esa canción en el Odeon Theatre, en el concierto Shine a light, con Jagger y Richards mano a mano, en versión acústica, como dos viejos leones lamiéndose las heridas. Una delicia que pueden ver en YouTube, esta sí, cualquier tarde de domingo en la que se les ocurra la mala idea de hacer balance, «mientras las lágrimas caen» por sus mejillas, por el tiempo que se fue, por el que ya se ha ido, por el que queda. Que dios excomulgue a estos dos pajarracos porque no va a haber otros como ellos, por siempre y para siempre, amén.

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