«¡Shalom, os adoro!», bramó Lady Gaga en su rutilante aparición en el concierto del sábado en el Ha Yarkon Park de Tel Aviv, y más de 23.000 personas entraron de inmediato en éxtasis al escuchar la voz de la diva del Artpop en su gira mundial, que llegará a Barcelona el próximo mes de noviembre.

La intérprete estadounidense desafió la tensión de la región, cumplió su promesa de ofrecer una «fiesta delirante», a pesar de que ha perdido fuelle, y volvió a dar muestras de una creatividad sin límites llevando a sus seguidores a un planeta imaginario inspirado en los abismos del océano en los que sumergió al mismísimo Tony Bennett, quien a sus 88 años no se resistió a interpretar con su excéntrica amiga el vibrante dueto «Cheek to Cheek».

Los acordes de «Aura», «Venus», «Gypsy», «Do What U Want», «Applause», «Alejandro» o «Bad Romance» enloquecieron a un público entregado desde el primer instante del concierto en esta segunda visita a Tel Aviv de la poderosa contralto.

Lady Gaga dejó patente en el centro económico de Israel y una de las ciudades más en boga dentro del circuito internacional del turismo gay, que ella es diferente y que se gusta muchísimo. Autoestima, satisfacción a raudales y un dinamismo frenético e imparable brotaban incontenibles de los poros de la estrella de 28 años que se enfundó una decena de trajes, incluido uno de pulpo, a lo largo de la noche, tras superar el sabbath judío.

A sus «pequeños monstruos», los que pasan la noche a la intemperie para comprar una de las entradas de sus conciertos, les hizo todo tipo de guiños de complicidad durante los 120 minutos del vodevil carnal más indecente, plagado también de mensajes sugerentes a la moda y la tecnología. A la «madre monstruo» le perdonan hasta que haya perdido el descaro de sus giras pasadas. De hecho, Lady Gaga se alejó de las escenas de esclavitud y masoquismo y renunció al sexo y a la violencia de alto voltaje en un país donde los ortodoxos judíos trataron de vetar el show por «inmoral».

Lady Gaga se había desmarcado en Israel de los conflictos políticos del mundo haciendo oídos sordos a los que le exigían la cancelación de su concierto por la reciente ofensiva militar del Gobierno sionista en la Franja de Gaza. Ella, de nuevo diferente, no se amilanó como sí lo hicieron Backstreet Boys, Lana del Rey o Paul Anka, que plantaron a sus seguidores israelíes.

Lady Gaga dio la cara y siguió a lo suyo: con su escandaloso repertorio de tangas, sostenes, pelucas y tacones imposibles en una ciudad que sabe divertirse sin dramatismos mientras convive con el rugir de las sirenas de guerra, las carreras a los refugios y el espectáculo de contemplar los blancos de las baterías antimisiles.

«A mí nadie me dice donde tengo que actuar», gritó desafiante la estrella del pop acompañada de sus espectaculares bailarines antes de interpretar «Manicure». «Os quiero porque amo vuestro talento y vuestra creatividad», añadió al borde de unas fingidas lágrimas que desataron el alborozo de un público enloquecido que lleva con resignación la última crisis del largo conflicto israelo-palestino.

Venta de entradas

La tregua alcanzada el pasado 28 de agosto, a tan sólo 15 días del show, no animó a la compra de entradas desde el exterior de Israel para un espacio con un aforo de 55.000 personas.

La dualidad y las contradicciones de Tel Aviv casan a la perfección con la esquizofrénica personalidad artística de Lady Gaga. Los monstruos adoran la desvergüenza de la súperestrella y la sensatez familiar de Stefani Germanotta, nombre con el que creció atormentada por sus complejos la artista neoyorquina que un día decidió ponerse el mundo por montera y explotar los «dos corazones» y las «dos almas» que guarda su «espíritu gitano» con el que se despidió.

«Volveré pronto», prometió la diva de todos los excesos imaginables.