Meryl Streep es la actriz total. Admirada y odiada a partes desiguales. Trump la considera sobrevalorada pero ella sigue amontonando nominaciones a los Oscar. Lleva ya 21. La última, por Los archivos del Pentágono. Ya lo ganó tres veces. El periodista Michael Schulman ha rastreado en los primeros años de su vida para una parcial biografía en la que relata sus comienzos en el teatro, sus éxitos casi instantáneos en el cine y la tragedia de perder a su novio, el actor John Cazale.

A finales de los años setenta, se apunta en el prólogo, ya era la estudiante modelo de la Escuela de Arte Dramático de Yale; había sido protagonista en Broadway; había encontrado y perdido al amor de su vida; y al segundo amor de su vida, Don Gummer, y se había casado con él, y había protagonizado Kramer contra Kramer, película por la que ganó su primer Oscar.

Alcanzó la mayoría de edad durante el ascenso de la segunda ola del feminismo. «Las mujeres actuamos mejor que los hombres», decía la actriz. «¿Por qué? Porque tenemos que hacerlo. Convencer a alguien más poderoso de algo que no quiere saber es una técnica de supervivencia, y es así como han sobrevivido las mujeres durante milenios. Fingir no es solo actuar. Fingir es imaginar posibilidades. Fingir o actuar es una habilidad vital muy valiosa, y todos lo hacemos todo el tiempo. No queremos que nos pillen haciéndolo, pero forma parte de la adaptación de nuestra especie. Cambiamos lo que somos para adaptarnos a las exigencias de nuestra época».

Por las tardes, después de las clases, «llegaba a casa, ponía los discos de Barbra Streisand de sus padres e imitaba cada respiración, cada elevación. Descubrió que no solo podía expresar las emociones de la canción, sino también sus propios sentimientos, que no encajaban con el personaje que interpretaba. A menudo, tener éxito en un ámbito impide tenerlo en otro. Y junto con todas mis elecciones externas, trabajaba en lo que los actores llaman ajuste interior. Ajustaba mi temperamento natural, que tendía, tiende, a ser algo autoritario, un poco dogmático, fuerte (un poco fuerte), repleto de pronunciamientos y efusividad. Y cultivaba premeditadamente la suavidad, la afabilidad, una especie de dulzura natural y jovial, incluso la timidez, si se quiere, que era muy, muy eficaz con los chicos. Pero las chicas no se lo creían. Yo no les gustaba; se daban cuenta de que estaba actuando».

Superviviente. También en las embestidas de la vida. La muerte de Cazale por un cáncer de pulmón fue la más dura: «Seis meses. Ese fue el tiempo que tardó. Seis meses y pico».

Una Streep afligida y de nuevo enamorada se enteró de un papel en Kramer contra Kramer. «Meryl ya conocía a Dustin Hoffman y no habían terminado nada bien. Mientras aún estudiaba en la escuela de teatro, se había presentado a una audición para una obra de Broadway que dirigía Hoffman. «Soy Dustin (eructo) Hoffman», le dijo, antes de ponerle la mano en el pecho, según ella. 'Menudo cerdo asqueroso', pensó Meryl».

Y llegó el momento más duro de Kramer contra Kramer: «Dustin y Meryl se colocaron detrás de la puerta del apartamento. Entonces sucedió algo que conmocionó no solo a Meryl, sino a todos los presentes. Justo antes de su entrada, Dustin le propinó a Meryl una fuerte bofetada en la cara y le dejó una marca roja con la forma de su mano. (El director) Benton oyó la bofetada y vio a Meryl irrumpir en el pasillo. 'Estamos acabados. La película se ha terminado. Nos va a denunciar al Sindicato de Actores', pensó. Dustin, improvisando frases, le propinó un bofetón de otro tipo: fuera del ascensor, empezó a provocar a Meryl hablándole de John Cazale, atormentándola con comentarios sobre el cáncer y su muerte. 'La incitaba, la provocaba usando lo que sabía de su vida personal y de John para conseguir la reacción que él creía que ella debía tener en la actuación’, recordó Fischoff».

Y ganó el Oscar. Se paró en una sala llena de periodistas, con la estatuilla en la mano, e hizo una simple declaración: «Aquí llega una feminista. ¿Cómo se siente?», le preguntó alguien. «Es incomparable», dijo ella, «el latido de mi corazón casi no me deja oír las preguntas».