Y Cristian, y Borja también. Los nombres de los toreros que llenarán los carteles del siglo XXI, si es que les dejan, llevarán nombres como estos. Quien no entienda que la tauromaquia también es modernidad es porque no quiere asumir la parte de la realidad que no le gusta. Porque los tendidos se volvieron a llenar hasta la mitad del aforo para ver a los más jóvenes y sus ilusiones. También sus logros. Las nuevas generaciones piden paso.

La empresa de Nacho Lloret y Simon Casas ha cuidado la selección del ganado de las dos clases prácticas, y eso es muy de agradecer. Extraordinaria la eralada de El Parralejo de ayer. «Amargado» y «Laminado» (tercero y cuarto) recibieron los honores de la vuelta al ruedo, y al quinto, «Cantaor», se le indultó. Más allá de las legalidades, sin duda fue fruto del estupendo juego de los astados.

El alicantino Gonzalo Herranz abrió el festejo lidiando voluntarioso al más geniudo del sexteto, que le volteó feamente. Vio silenciado su largo trasteo. David Martínez Otero, de Guadalajara, anduvo sobrado con el buen jabonero segundo, al que cuajó estimables naturales y al que le cortó dos orejas a pesar del uso de la espada.

Con la actuación de Borja Collado, de València, subió el listón de la solvencia. Se le vio sobradamente templado, acertado con los toques por ambos pitones. Preparado, en fin, para el paso al utrero. Siempre en la distancia correcta, hilvanó series notables con ambas manos. Doble trofeo también para él.

Kevin Alcolado se mostró muy dispuesto desde que se abrió de capa. Con la pañosa, aunque no siempre acertó a templar las nobles embestidas del animal, se apreció limpieza y mucha entrega en el joven alumno de la escuela alicantina. Alargó faena para provocar el indulto, que no llegó, y acabó con medio espadazo eficaz. Dos orejas y rabo.

La última joven promesa local del cartel, Cristian Expósito, sufrió una feísima voltereta poniendo banderillas de la que salió conmocionado. Se repuso y, salvo al natural, acertó a dominar por abajo al bravo eral que pedía mando y temple. A pesar de los desarmes, la vibración del trasteo llegó a los tendidos. Dos orejas y rabo simbólicos tras el sorprendente indulto que nadie pidió.

Cerró la tarde el castellonense Jorge Rivera, muy afanoso aunque poco lucido con otro jabonero de buen juego con el que falló a espadas.