Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Ni trombones ni trompetas

Vuelve Zidane al Madrid y es como la resurrección de un Jesucristo calvo y guapo, donde parece que una palabra suya bastará para sanar a un Madrid que ha enfermado de éxito (demasiadas Champions seguidas), de soberbia (pensar que da igual tener a alguien que mete cincuenta goles, o no tenerlo) y de oronda vanidad (la creencia de que el escudo blanco tiene unos poderes taumatúrgicos, y casi supremacistas). Con lo bien que estábamos los de las otras orillas viendo llorar a Roncero, oyendo filosofar a Valdano, o leyendo las autoentrevistas que se hace Sergio Ramos. Florentino convence al francés para que ejerza de escudo entre la grada y el palco, pero a cambio de darle poderes de CEO plenipotenciario: Zizou va a mandar más que Kim Jong-un, Putin y Trump juntos. El presidente Pérez -tras jorobarnos a todos los mortales un mundial, ayudar a que la Juve sea favorita de verdad para la Champions, fundir a dos entrenadores y señalar a varios jugadores- queda, hasta nueva orden, sólo para firmar cheques. De siete ceros, eso sí.

Tengo una pesadilla recurrente, tras el 8-M: estoy en una sobremesa idílica, donde comparto café y confidencias con mi hija adolescente y sus amigas, todas listas, resueltas, simpáticas. Yo me muestro abierto, moderno, tolerante, risueño... Hasta que no sé cómo ni a qué santo, suelto la frase: «eso es una mariconada campestre...». Al instante se hace un silencio espeso. De repente noto que he sido despedido, con un patadón simbólico, al espacio sideral. De golpe sé que mi cotización en el mercado bursátil de padres aceptables se desploma y baja a los infiernos. Las chicas se cruzan miradas de incredulidad, como diciendo qué ha dicho el diplodocus éste, qué hacemos con tamaño ejemplar del pleistoceno, cómo huimos elegantemente de este marciano medieval. El nuevo feminismo es también el lenguaje, estúpido, oigo que me gritan todas entre sueños...

Quizá no se hayan enterado, pero el fin de semana que viene se estrenará Dolor y gloria, la última película de Almodóvar, que va de un director de cine muy parecido a Almodóvar, con el pelo, las canas, la barba y los dolores de Almodóvar. Para hacer de él, de Almodóvar, Almodóvar ha elegido a Antonio Banderas. Así cualquiera, Almodóvar: si yo pudiera elegir quien me interpretase en mis buenos y malos momentos, también elegiría si pudiera a alguien como Brad Pitt o Javier Bardem o George Clooney o Ricardo Darín o el mismo Banderas: seguro que entonces a mis manías se les vería algún atractivo, y a mis obsesiones su finalidad. Sabría también qué palabras decir, y en qué momento, y a quién, y qué perfil poner ante mis enemigos. Y llegaría siempre a la fiesta en el momento justo, para soltar el brindis con el tono adecuado y perfecto. Sabría, en fin, cómo hacer siempre para desvestirla a ella de manera irresistible a la par que arrebatadora, y sin atrancarme nunca, nunca, con ningún botón. Así cualquiera, Almodóvar, así cualquiera?

El joven aprendiz de periodista se paseaba, sudoroso y agobiado, por la redacción. Tras comerse el miedo se atrevió a tocar en el despacho del redactor-jefe de voz grave y aguardentosa. «No sé qué título ponerle al artículo», le dijo, con un hilillo de voz. «¿Hay trombones, en tu artículo?», le preguntó el redactor-jefe. «No». «¿Y trompetas?», le volvió a preguntar. «Tampoco». «Pues ya está, chaval: Ni trombones, ni trompetas».

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats