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La andanada

No olvidar la semilla

La debacle de los espectáculos menores ha sobrevenido durante la misma época de esplendor de las escuelas taurinas, lo que no deja de ser un contrasentido absoluto

Con la cabeza preparada para recibir el aluvión de mensajes electorales que ya andan cayendo como cuentagotas en la precampaña, el mundo del toro vive un breve compás de espera ante la llegada de las dos grandes ferias por antonomasia: la Feria de Abril y la de San Isidro. Sevilla y Madrid, con dos conceptos tan diferentes como complementarios. A ver si sirve de ejemplo la convivencia de estilos tan diferentes, de maneras de vivir y de pensar el toreo tan alejadas, a estos políticos que se ponen líneas rojas, azules, verdes, moradas y de cualquier color para marcarse intransigencias fóbicas y despreciables. A ver, a ver...

Y permítasenos que tomemos el rábano de la actualidad por las hojas para traer el ascua a nuestra sardina y podamos hablar, aunque sea un poquito, de futuro. Estamos viendo estos días a Andrés Roca Rey recoger los premios de numerosas ferias del pasado año. Su presencia en las grandes plazas se antoja necesaria, y su nombre es ya, sin duda, el principal reclamo para la tauromaquia casi a todos los niveles: llena las plazas, llega al público joven, renueva el escalafón y es, al fin y al cabo, el primer torero de lo que se llama ya no generación millennial, sino más bien posmillennial o generación Z, en esta moda de poner etiquetas a casi todo. La fiesta necesita renovación, como cualquier otra disciplina que se precie. La generación de los Juli, Castella, Perera, Morante, Talavante y Manzanares, con Ponce como referencia constante, siguen atrayendo a un público fiel, pero no pueden aportar ese aire fresco que todo arte necesita con el paso del tiempo.

Sin embargo, en estos casi veinte años ha habido un olvido paulatino de aquello que, sin duda, supone la semilla del futuro: las novilladas. Reeditar glorias pasadas como la competencia entre Julio Aparicio y El Litri durante 1949 y 1950, que se hicieron millonarios antes de tomar la alternativa, se antoja labor casi imposible. Pero entre aquellas glorias y el ostracismo que sufre hoy el escalafón de aspirantes hay una sima que empieza a ser irrecuperable. Y si hablamos de las novilladas sin picadores, el drama se agiganta.

Curiosamente, la debacle de los espectáculos menores ha sobrevenido durante la misma época de esplendor de las escuelas taurinas, lo que no deja de ser un contrasentido absoluto. Hay chavales preparados para torear, pero no hay festejos. En Alicante, sin ir más lejos, desde hace varios años ya no hay novillada picada en junio, y se ha dejado la única del año para agosto, en una evidente señal de falta de apuesta por el futuro. Si no se muestra al espectador de feria el género, difícilmente se podrá vender. Y así en muchas plazas. Con tan escasas novilladas con caballos y en un absoluto erial en el resto, el relevo generacional se hace difícil. Habría que preguntarse, a nivel estrictamente local, aquello de «y después de Manzanares, ¿qué?», que es poco menos que asumir el cortoplacismo del empresariado actual.

Así las cosas, uno no deja de congratularse por haber compartido hace escasos días un buen yantar en el restaurante Cavia acompañando, con el beneplácito del anfitrión, a Antonio Martínez « Rondeño» y Arturo Blau, los dos últimos directores de la Escuela Taurina de Alicante, junto a algunos de los más aventajados alumnos de estos últimos años: los Dani Palencia, Paquito Ferriol, Gabi Martínez, Sergio Adrián, Borja Álvarez, Alfredo Bernabéu, y otros que no pudieron estar. Alguno sigue luchando entre los novilleros, como los dos últimos; otros vuelven ahora a tomar los trastos en la filas de los banderilleros, como Gabriel Martínez. Los más guardan especial recuerdo de aquella etapa y asumen lo importante que resultó el aprendizaje en la escuela en todos los aspectos de la vida. Ellos son la prueba principal de que las escuelas taurinas importan, y que apenas hay opciones para progresar después.

Por tanto, más allá de filias y fobias, urge que todos los estamentos de la fiesta apuesten por las novilladas. Que se exija desgravar estos espectáculos de promoción, reducir costes de personal, que se les otorgue una presencia mediática, que se les trate como la inversión de futuro más cercano. Convencernos, en fin, de que son la semilla del toreo.

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