Da igual cuando lea usted este titular. Como dijo Manolete de un jovencísimo Luis Miguel Dominguín, «este viene con la escoba». Se la había jugado ya Roca Rey en el tercero de la tarde al dejar crudo (o mal picado) al encastado ejemplar de la vacada gaditana. Lo sometió en la muleta a base de valor y mando, demostrando un compromiso absoluto. Con algún natural meritorio, lo más ceñido llegó con la diestra. Por abajó lo cuajó el peruano, que perdió un posible trofeo por un espadazo envainado antes de cobrar una buena estocada.

A la postre, esa oreja perdida le habría abierto la Puerta del Príncipe y habría hecho justicia al faenón que le cuajó al sexto, el mejor astado del festejo. Lo entendió a la perfección el joven espada y puso en juego todos los valores que le han llevado a ponerse en la cima del escalafón mayor. El toreo en redondo destacó por su mando y mano baja después de un vibrante comienzo de rodillas. Mediada la faena surgió una tanda con la diestra larga y soberbia que acabó de hacer comulgar al entregado público maestrante. Arrimón final, con algún sobresalto, estocada y dos orejas incontestables, con petición incluso de rabo, algo casi olvidado en esta plaza, a la que el presidente no accedió.

No acabó de romper el festejo hasta el sexto a pesar de la buena disposición de unos tendidos llenos hasta la bandera en una tarde en la que los soplidos de Eolo molestaron con ráfagas a destiempo que destemplaban las telas y desconfiaban a los coletudos.

Tampoco habían salido los pupilos de Núñez del Cuvillo acordes a la expectación levantada. Todos cinqueños, menos el cuarto, tercero y quinto fueron devueltos a los corrales por una acuciante falta de fuerzas, y bien podrían haber seguido el mismo camino los que enlotó Sebastián Castella, que quedó inédito en el que abrió el festejo y apenas pudo esbozar dos tandas ayunas de toda emoción al único cuatreño del encierro. Le queda el gesto con la de Miura en el cierre de la feria.

Con todo, Manzanares sorteó un buen lote, que sin ser para echar las campanas al vuelo, sí lució ciertos pasajes de viajes con posibilidades.

El lote de Manzanares

Al segundo lo meció a la verónica con exquisito temple. Tras la borrachera de toreo a la verónica del jueves de manos de Morante de la Puebla, quizá el ramillete de ayer del alicantino quedara algo opacado. Fue lo mejor de su quehacer, junto con la estocada en la suerte de recibir. Entre medias, una faena de muleta basada en la mano derecha que jugó con alturas y pulsos. Mejor rematadas las primeras que las últimas, con el toro ya algo más protestón a partir del tercer muletazo ligado. Había brindado a la infanta Elena, y sonaron dos avisos porque el astado se amorcilló tras el estoconazo. No hubo sinfonía con el percal en el quinto, otro toro que, sin romper del todo, siguió los engaños del alicantino con cierta clase y discontinuo fuelle. Tras rematar de otra estocada rotunda, esta vez al volapié, quedó de nuevo la sensación de que aquello no había acabado de romper y no se había dado la conjunción entre el diestro y sus toros. Saludó dos ovaciones.