El resultado de mezclar estación estival, música popular y relajación de prejuicios ha aportado grandes momentos de comunión social, autoconsuelo y chabacanería consentida a la historia reciente de este país. Durante décadas, ningún verano ha sido considerado tal hasta que no se ha identificado la melodía emblema de la temporada, esa que suena en radios y chiringuitos, en tiendas y discotecas, en verbenas y ascensores, como una pertinaz banda sonora estival y un resumen sentimental de las vacaciones. Incluso existe una suerte de concurso paralelo, el de la canción del verano, que siendo siempre oficioso y sin normas establecidas, acostumbra a generar unánimes consensos.

Esa tradicional facilidad para señalar el tema rey de la temporada parece haberse quebrado en los tiempos recientes. Así como antaño nadie se atrevía a negarles los galones a los hits veraniegos que lanzaban a las masas los santos profetas del género, como Georgie Dann, King África, Chayanne o Raffaela Carrá, en los últimos años ha resultado más difícil localizar un tema que brillara con especial fulgor en la oferta musical estival.

El consumo en streaming

Salvo contadas excepciones -como el Despacito de Luis Fonsi, que arrasó en el 2017, o El tiburón de Henry Méndez, que destrozó a dentelladas las vacaciones del 2013-, en la última década el trono de la canción del verano lo ha ocupado cada año una constelación de temas de amplia difusión, pero rara vez una melodía inolvidable.

Paradójicamente, este desconcierto se da cuando resulta más fácil que nunca saber lo que la gente escucha, dado el nivel de penetración de las herramientas de consumo musical en streaming como Spotify o Youtube, por lo que también debería ser más fácil identificar al ganador, y justo cuando los tímpanos andan más habituados a los sonidos fértiles para el alumbramiento de grandes perlas veraniegas.

Nunca antes nuestros oídos habían sido regados con cotidianidad con semejante caudal de música latina, estilo proclive al hitazo estival. Sin embargo, entre tanto reguetón y ritmo caribeño como suena cada día de la mañana a la noche, cada vez resulta más difícil dar con un tema que se pegue al techo del paladar con la adherencia de una genuina canción del verano. Quizá sea por eso, por exceso de oferta sonora de carácter tórrido. Medido al peso, es decir, por número de escuchas, el trofeo estival de este año, a escala mundial, debería ser para Old Town Road, de Lil Nas X y Billy Ray Cyrus, que lleva 18 semanas en lo más alto de la lista Billboard norteamericana, batiendo el récord que consiguió hace dos años el Despacito de Luis Fonsi. En España, caso de haber un tema ganador, hay que buscarlo dentro de los márgenes sonoros del reguetón, pues es en este estilo en el que florecen los títulos que se perfilan como posibles candidatos a la corona.

Mojitos y pescado

Con alusiones directas a «la playa, los mojitos y el pescado», y continuas insinuaciones eróticas, Contando lunares, de los canarios Don Patricio y Cruz Cafuné, busca descaradamente el galardón frente a otras propuestas fervorosamente coreadas y coreografiadas este verano en los chiringuitos, como el himno del orgullo single que propone Lunay en su Soltera, la oda nihilista que entona Lola Índigo en su Ya no quiero na, o el pelotazo más reciente de la Amy Winehouse de Sant Esteve Sesrovires, Rosalía: su exitoso Con altura, que lleva camino de cumplir lo que promete la letra: «Esto es pa' que quede, lo que yo hago, dura».

Con todo, sumando las reproducciones que llevan acumulados estos temas en YouTube, no logran (todavía) igualar los 1.270 millones de descargas que ha cosechado el puertorriqueño Daddy Yankee con su Con calma.

Adaptación reguetoniana del tema Informer que lanzó el cantante canadiense de reggae Snow en 1992, su ritmo machacón, fiel a los cánones del género, y su letra de inspiración fiestera, que invita continuamente a «mover ese poom-poom, girl» y a «zumbarle al DJ pa' que dance», le convierten en serio candidato al trono de la canción del verano.