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El asesino adicto a las quinielas que tuvo en vilo a Alicante en los años 50

Jesús del Val reconstruye el crimen de un banquero en un chalet de Vistahermosa para lograr un botín millonario con que invertir en juegos de azar

El autor ha utilizado los artículos publicados en INFORMACIÓN.

Alicante, años 50. La Policía descubre un cadáver medio carbonizado en un chalet de Vistahermosa en Alicante. Después de las primeras pesquisas, en las que se averigua el acto del crimen -le golpearon y hundieron el cráneo a martillazos- se conoce la identidad del cuerpo por el hallazgo de un pañuelo con sus iniciales grabadas, M. V., Manuel Valero, cobrador del Banco Central de Elche. Los ladrones, además de cometer el brutal asesinato, se hicieron con un botín de dos millones de pesetas.

Esta es la trama de la que parte la nueva novela de Jesús del Val con El crimen de la quiniela, una obra basada en hechos reales, documentada con los artículos que en su día vieron la luz en INFORMACIÓN, sobre el homicidio y muerte del banquero Manuel Valero en los años 50. Una noticia que generó una enorme expectación por la violencia y, sobre todo, por sus extrañas circunstancias motivadas por un adicto a los juegos de azar que creía poseer un infalible método con el que obtener cuantiosos premios en la quiniela.

La historia, trágica y esperpéntica a partes iguales, comienza con Julio López Guixot, quien se jacta entre sus amigos y conocidos de conocer una fórmula para lograr los máximos premios de la quiniela futbolística. De hecho, a modo de prueba, alardea de sus últimos beneficios con una apuesta múltiple con la que alcanza los catorce aciertos.

Sin embargo, para este proyecto, requiere de una mayor inversión, de más poder adquisitivo, por lo que persuade a su amigo y cuñado José Segarra -trabajador de la banca- para urdir un plan con el que hacerse definitivamente millonarios. Por ello, acuerdan secuestrar a Manuel Valero, encargado de los cobros del banco en Alicante, para lograr el jugoso botín y huir. Por ello, Segarra, compañero de Valero, se citan en un chalet de Vistahermosa con el pretexto de conocer a una mujer pero allí, en cambio, le aguarda escondido Julio López Guixot quien, nada más asomarse por la puerta el banquero, la asesta varios martillazos hasta acabar con su vida.

Hasta ahí, un plan perfecto que, entonces, se precipita con visos de chapuza. Los autores del crimen, Julio López Guixot y José Segarra, querían deshacerse del cuerpo en un pozo cercano que está, para su sorpresa, sellado. Optan entonces por prenderle fuego, no sin numerosos problemas. Al final, fruto de los nervios, el cadáver queda abandonado en el chalet, carcomido por las moscas, por un hedor que despierta la atención de la casera que llama a la Policía. Tampoco el escenario del crimen fue debidamente limpiado, puesto que los investigadores descubren un pañuelo con las iniciales M.V. con el que atan cabos de forma instantánea: Manuel Valero es compañero de José Segarra en el banco, siendo el único trabajador que aquel mismo día del crimen tenía una visita casual con el médico. La Policía le interroga y, no mucho después, se hunde y acaba confesando.

¿Pero en qué paradero se encontraba el causante de los martillazos y la muerte, Julio López Guixot? Este contrae matrimonio y, de luna de miel, viaja por España con un botín millonario que se sigue invirtiendo en su adictiva obsesión por las quinielas, loterías y juegos de azar. La Policía le sigue la pista, hasta que finalmente detectan el premio de una quiniela de catorce aciertos en Cartagena. ¿Y sería él? Los agentes esperan en el banco cuando Julio López Guixot aparece para cobrarse su última gran apuesta múltiple y es detenido.

Julio López Guixot y José Segarra fueron condenados a pena de muerte. Segarra fue indultado por Franco, mientras que López Guixot fue ejecutado a garrote vil en 1958.

Una historia real con la que Jesús de Val pretendía crear un guion de cine que ha terminado en novela literaria con un trasfondo de ambición, muerte, amor y traición. «La acción se sitúa en la España en blanco y negro de los años cincuenta. He disfrutado repasando fotos y periódicos antiguos de un Alicante que no conocí pero del que ahora puedo hablar como si hubiese vivido en allí en aquellos tiempos», señala.

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