Puede haber algo más terrorífico para una joven de diecisiete añitos que saber que por un tiempo indeterminado (¿será abril, será mayo, será junio? Oh, qué será, qué será, que andan suspirando por las alcobas, que cantaba Ana Belén) que permanecer encerrada en casa de sus padres, esos seres mayores y aburridos que ni dicen ni hacen nada interesante y que no hacen más que preguntarte por cosas sobre las que no quieres que te pregunten (que cómo son tus amigas, que cómo es tu amigo, que qué tal llevas la carrera, que por qué fumas de vez en cuando, que por qué no comes mejor y más sano, que por qué no haces más deporte, que porqué, cuándo, cómo, porqué adónde, con quién, porque?)?.

Sí, evidentemente nuestra población juvenil está viviendo una pesadilla, parecida a la de Elm Street. Por el contrario, algunos padres estamos hiperactivos, tratando de redescubrir a nuestros hijos y darles sabios consejos. Yo también lo intento, no voy a ser menos. «Aprovecha para leer, hija» le digo. Y nada más terminar me doy cuenta de la estupidez. Esta generación ni sabe, ni quiere leer (por lo menos, por ahora): saben ver garabatos en un móvil, que es otra cosa. La frase que le digo a mi hija es como si mi padre me hubiera dicho a mí, en su momento «aprovecha para beber vino en bota» o «buen momento para aprender a bailar el twist, hijo». Pero yo, inasequible, sigo a lo mío, y por la noche trato de liderar la estrategia audiovisual de mi hogar en prime time y llevé a todos, uno por uno, al sofá para ver Blade runner. «No sabéis lo que es esto» les digo?

Y efectivamente, no lo sabíamos: a los diez minutos estábamos todos medio adormilados, gracias al ritmo mortecino de una película que yo tenía claramente sobrevalorada, por una puñetera frase sobre la lluvia, las lágrimas y no sé qué más. Menos mal que el más sensato de todos, que tiene catorce años, dijo que o la cambiábamos o se daba de baja en nuestra familia. Y la cambiamos por Hogar, thriller español que está promocionando Netflix a todo trapo, con Javier Gutiérrez. Da un recital, el tío, pequeñito pero muy matón, zampándose a Mario Casas en cada plano, en una historia inquietante y triste que se ve muy bien. Al terminarla, de alguna manera, flota una sensación generalizada en el salón de que nuestro hogar es un poco aburrido, pero que hay veces en que una buena dosis de aburrimiento es lo mejor que te puede pasar.

Me voy a la cama a la hora en que los mayores nos vamos a la cama, y me pongo en los cascos a Rufus Wainwright, que está promocionando disco (otro que se ha hecho mayor también, y que también tiene ya niños en casa, con lo golfo que ha sido). Hay que ver qué bien suena el Alelujah de Cohen en versión Rufus, es una canción que a los que ya peinamos canas nos mejora el ánimo, nos quita pesadez, y nos aporta algo del lirismo de la juventud. Pero donde esté Rufus, que se quite el trap, por supuesto. Mañana se lo pongo a mis hijos, que van a alucinar con Rufus, que sí?