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«Urubú», homenaje a Chicho más allá de «¿Quién puede matar a un niño?»

La película de Alejandro Ibáñez concursará en octubre en el Festival de Cine de Alicante - Afirma que su filme mantiene el terror psicológico de su padre Ibáñez Serrador, sin monstruos ni sangre

La actriz Clarice Alves y el director Alejandro Ibáñez.

Alejandro Ibáñez llevaba tiempo dedicándose a la realización de documentales cuando su padre enfermó. «Como cualquier hijo -dice en una entrevista con Efe-, tenía el corazón apretado, y decidí hacerle una película de homenaje sin ninguna pretensión más que sentarme con él, verla y disfrutarla». Así, escribió un guion rápido, llamó a sus amigos actores y se fue a Brasil dos meses, a rodar Urubú un thriller de angustiosas aventuras que acaba siendo una extraña continuación de la mítica ¿Quién puede matar a un niño? (1976), dirigida por su padre, Chicho Ibáñez Serrador. La película se estrena el día 18 y competirá en el Festival de Cine de Alicante, en octubre.

«Me fui diciéndole que me iba a hacer otro documental y, al volver, le enseñé un trailer de lo que había rodado; le dije que era en referencia a su película y se puso muy contento, aunque primero me dijo que estaba loco -se ríe- y que era idiota por haberme ido sin él. Pero le gustó lo poquito que vio», agrega.

De ese modo, Urubú está llena de guiños a su padre, aparte de haber contado en el reparto con el veterano actor José Carabias que, como dice Ibáñez, «trabajó con mi abuelo, con mi tío abuelo, con mi padre y ahora conmigo», así como el hecho de que el personaje que él mismo se reserva -también imitando a su padre- se llama Nauta. Ese guiño es todo un giro: ese era el apellido del actor que daba vida al niño rubito que, al final de ¿Quién puede matar a un niño? se subía en una barca con otros dos pequeños, Roberto Nauta, hermano de su madre, «mi tío Rober», apunta Ibáñez.

«Quién sabe si cuarenta y pico años después esa barquita llegó al Amazonas», deja caer. Él hubiera querido que su padre participase en el montaje, pero no le dio tiempo; tan es así, dice, que murió dos meses antes de que terminara. E hizo un largometraje de ficción que es «más que un remake de ¿Quién quiere matar a un niño? -afirma-. Tiene 'cosillas' de Historias para no dormir, y de cómo él veía el cine, cómo movía las cámaras: por eso también Urubú tiene un poco ese aire de aventura setentera, con esa música muy armónica, que hoy ya no se hace».

Reconoce que ha intentado mantener «tanto el estilo como la manera de ver el cine de género de mi padre: un terror sin monstruos, sin mucha sangre, más psicológico. Algo que pueda pasar de verdad y el espectador se identifique totalmente con los personajes». En este caso, un matrimonio que hace aguas viaja al Amazonas junto con su hija que, vive pegada a su tableta. Él es un fotógrafo y ornitólogo obsesionado por captar una imagen única, la del urubú albino, que vive en una zona muy peligrosa del Amazonas donde han desaparecido varias personas. Como en la de Ibáñez Serrador, los auténticos protagonistas, sin diálogos, son los niños de Manacapurú, niños medio embrujados a los que se identifica porque «se han despojado de todo lo que les esclaviza: teléfonos móviles, tabletas, camisetas de fútbol», explica Ibáñez.

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