¿Es buen momento para ir presentando tu película de puerta en puerta?

A priori es el peor momento del mundo. Las únicas películas que van bien son las de mucha promoción, pero la presenté el otro día en Girona y el dueño del cine me dijo: «Es el primer lleno que hemos tenido desde el 8 de marzo». En Palma pasó lo mismo, lo agradecen muchísimo y pensé que era un granito de arena. Del sentimiento de inutilidad que siempre tienes como director de cine frente a profesiones importantes como médico, bombero o limpiadora, está bien sentirte algo útil para que no se pierdan los cines en un momento en el que están tan amenazados.

Es curioso que arrasaras en los Goya y ahora vayas con tu película bajo el brazo.

Algunos me elogian incluso por hacerlo así. Mucha gente cree que el mundo audiovisual es un sitio al que tú llegas con una idea y todo el mundo está deseando hacerla. La mayoría de las veces, cuando tú llegas con una idea ellos han tenido otra, y lo que quieren es que tú hagas la suya, no la tuya, con el reparto, el argumento y la temática que ellos quieren o les interesa, y para buscar la libertad propia tienes que ingeniártelas porque, si no, acabas siendo un empleado.

Has hecho una película en la valla de Melilla pensando que era la única que teníamos en España y con este virus estamos llenos de ellas. ¿Es el signo de los tiempos?

Estamos rodeados. Las vallas solo son una solución provisional, pero cuando pones la primera ya no paras. Al principio haces un muro para separarte de los pobres que están fuera de tu país, luego otro para separarte de los pobres que ya están dentro de tu país, y así sucesivamente, pero son bastante fracasadas esas soluciones.

El protagonista de "A este lado del mundo" (un ingeniero de la península que debe ir a reforzar la valla) podría ser cualquiera de nosotros.

La idea era que fuera un español medio, quizá incluso más ajeno a este tipo de problema del que no tiene tanta información o tanta ideología. Me gusta poner a un personaje que no sea como yo, que en este caso sea más indiferente y que lo que quiere, al final, es bastante representativo del español medio: vivir su vida, proveer a su familia y que no le molesten mucho. Pero cuando te trasladas al epicentro del problema, aunque él sea solo una pieza del entramado termina por posicionarse, porque estas cosas acaban estallándonos en las manos.

¿Te gusta poner en situación incómoda al espectador a veces con postulados poco paternalistas?

Más que incomodar, me gusta presentar el conflicto en su extensión. No me gusta predicar para convencidos porque me parece poco interesante. El ideal es enfrentarte a quienes no piensan como tú, darles voz, tratar de encontrar el punto donde la discusión está presentada desde todos los ángulos y que el espectador salga del cine más confuso. Porque el mayor peligro que vivimos ahora es esa gente que dice tener soluciones para estos problemas y lo más honesto es decir que no las hay, que necesitamos arrimar el hombro y colaborar; si no, caemos en la indignidad.

¿Y España tiene solución o siempre seremos dos Españas?

No, yo viajo mucho y España es un país bastante, bastante bueno. Tiene sus problemas y sus enfrentamientos, como todos. Pero curiosamente habíamos crecido en la idea de las dos Españas y la realidad nos demuestra que también hay dos Estados Unidos, dos Venezuelas o dos Francias, y no estamos tan lejos del modelo prototípico. Lo que ocurre es que los españoles, quizá, tienen cierta tendencia a sacudirse su responsabilidad y dejarla en manos de los políticos y en muchas ocasiones los ciudadanos también dictan el modo en que nos organizamos. Es verdad que ahora los políticos viven de la desunión y las barricadas, pero eso también lo veo en gente que no es política y piensas: ¿por qué seremos tan desmesurados? Hay algo de la imposible convivencia, pero es que vas a una reunión de vecinos y el Parlamento te parece un sitio maravilloso de gente educadísima porque toda comunidad de vecinos tiene su Álvarez de Toledo, su Abascal, su Iglesias...

¿Has vuelto al cine con normalidad?

He vuelto y lo disfruto mucho cuando voy, pero con normalidad, no. He tenido la sensación de que tenemos que salvarlo, de que nos estamos acercando a sociedades donde no hay casi nada colectivo, donde no hacemos muchas cosas ya en común, y necesitamos rescatarlas porque, si no, va a ser terrorífico. Yendo al cine tienes la sensación de hacer una actividad cívica, en comunidad, en este tiempo donde todo lo comunitario está amenazadísimo, siempre cumpliendo las normas de seguridad, las mascarillas, el aforo...

¿Tú qué harías si fueras ministro de Cultura?

(ríe) Lo primero es hacer sentir al mundo de la cultura que cuenta, ver cómo introducirlo de nuevo en la sociedad y tratar de salvar la libertad, la pluralidad, y no confiarlo todo a que nos salvarán las multinacionales, no entregarle toda nuestra lengua, nuestra cultura, nuestra representación audiovisual. Igual que necesitamos una industria nacional para no volver a quedarnos sin mascarillas o sin respiradores, en la cultura necesitamos que España sea un país puntero, que exporte cultura y arte y que no se conforme solo con estar colonizado por lo anglosajón.

¿Qué saldrá de todo esto, cómo lo veremos en diez años?

Lo veremos asombrados porque lo habremos superado y dejado atrás. Pero el problema es ahora, la próxima década. Es que viene una nueva era económica y hay que cambiar todos los conceptos que habían regido hasta ahora e incorporar uno nuevo que tiene unas letras muy claras, las de la protección social. Y los economistas deben hacer un esfuerzo de reinvención de los sistemas para que cuadren las cuentas y las sociedades dejen ser de ganadores y perdedores, porque la cantidad de perdedores puede ser tan grande que quizá no merezca la pena ni ganar.