El equilibrio social se mantiene activo con el cumplimiento de las normas, tanto las que están escritas como aquellas que acatamos por la sanción que nos infringen los demás. Estamos más que acostumbrados a seguir las normas. Desde la familia se intenta educar a los hijos en reglas particulares que cada casa construye, generando unos límites que ninguno de los miembros puede quebrantar. En el colegio, en el trabajo, en la calle estamos atados a decenas de directrices que no podemos ignorar.

Uno de los principios fundamentales para poder ser normativos es conocerlas. Todos sabemos que el desconocimiento de una ley no te exime de su cumplimiento, porque en caso contrario podrás ser castigado.

En general, es bastante costoso tener un conocimiento suficiente de las leyes para poder cumplirlas, cuando sabemos que en demasiadas ocasiones hemos de recurrir a los expertos para que nos abran las entendederas, es decir, al abogado para temas jurídicos, al sacerdote para temas religiosos y morales o al patriarca para temas familiares, por poner ejemplos sencillos.

En estos meses de mono tema pandémico, estamos condenados a dos sobrecargas imposibles, por una parte, la informativa, que de echo la sufrimos prácticamente siempre, aunque el tema a trillar varíe de cuando en cuando y, el más perentorio, la sobrecarga normativa, que se ha convertido en todo un desafío ciudadano.

Desde el primer Estado de Alarma, hemos tenido que modificar un sinfín de comportamientos rutinarios con los que hemos convivido toda nuestra vida. Por ejemplo, tomar un café, una conducta de lo más emocionante, se convierte en todo un reto de valientes, porque no sabemos a ciencia cierta si lo podemos tomar de pie, si a un metro, si de espaldas a la barra o si haciendo el pino.

Pasamos de las mascarillas no hacen falta, a las mascarillas como recomendación, a las mascarillas como solución sin darnos ni cuenta y sin saber a ciencia cierta qué mascarilla es la idónea, después de más de seis meses de suplicio respiratorio.

Pero ahora, con el segundo Estado de Alarma las cosas se nos complican sobremanera, porque prácticamente cada pueblo de España puede dictar sus normativas correspondientes a partir de la general que impone el Gobierno. Quiere esto decir que, si nos movemos, aunque sean pocos kilómetros, tendremos que estar atentos a las normas que establece el lugar visitado. Está más que claro que el Gobierno nunca ha tenido un plan para afrontar la pandemia, pero lo que persigue ahora es el comportamiento estático físico y emocional, aunque sea a base de sobrecargar la normativa hasta el infinito.