Las últimas semanas han traído noticias de diverso calado al planeta de los toros. Con la subida de la incidencia de la covid en lo que llevamos de otoño, muchos de los festejos programados dentro y fuera de la Gira de la Reconstrucción planeada por la Fundación Toro de Lidia y Canal Toros se han visto suspendidos o, al menos, aplazados hasta un momento más propicio. En el lado positivo de la balanza, por fin los profesionales del toro van a recibir ayudas públicas, en reconocimiento a que, como otros tantos trabajadores de otros muchos sectores, cotizan a la seguridad social como todo hijo de vecino. Y todo a pesar de que el ministro Uribes ha sacado la patita de nuevo (¿sin querer o queriendo?) para mostrar sus fobias hacia la tauromaquia. A su pesar, bien está lo que en justicia acaba.

Y en lo emocional, dos personajes nos han dejado para siempre en las últimas fechas, uno a nivel nacional y otro a nivel local. El 29 de octubre se conocía el fallecimiento de Pablo Lozano por coronavirus. El que fuera conocido en su época de matador como «la Muleta de Castilla», destacó sobre todo como apoderado y empresario taurino (quince años al frente de Las Ventas en su época dorada), además de su papel al frente de la ganadería de Alcurrucén. Lozano fue quizá el apoderado más importante que tuvo durante su carrera José María Manzanares. Nadie como él entendió al maestro alicantino, sobre todo en los momentos de mayores dudas a comienzos de los ochenta, y esa aportación fue reconocida por el torero de la terreta cuando decidió que fuera don Pablo quien le llevara en sus últimas temporadas, incluida la fecha del 1 de mayo, en la que se cortó la coleta en Sevilla. Aquella tarde puso el punto agridulce con una discusión extraña en el fondo y en el tono. También llevó la carrera del nuevo José Mari en sus inicios, y al funeral acudió el último Manzanares visiblemente emocionado.

Y en la mayor cercanía, en Alicante nos dejaba con el final de octubre un aficionado de pro, Lisardo Cortés. El padre de nuestra compañera Pilar siempre estuvo muy vinculado al barrio de San Blas, y allí participó activamente de su vida social en las dos fiestas que más vertebraron a la barriada: los moros y cristianos y la tauromaquia. Con el mundo del toro, sobre todo, vinculado a la figura de Francisco Antón «Pacorro», en la fundación de cuya peña fue actor principal en 1954 junto a otros muchos vecinos y seguidores del diestro que marcaría la edad dorada de la tauromaquia en Alicante junto a Vicente Blau «El Tino» en fraternal pugna. Llegó a presidir la Peña Pacorro hasta 1992, y luego siguió su faceta como aficionado activo en el Club Taurino de Alicante presidiéndolo durante 2005 y 2006.

Sin embargo, quizá la aportación más importante de Lisardo Cortés la llevó a cabo al alimón con el también llorado Miguel Lizón, tantos años crítico taurino y colaborador en este diario, cuando publicaron en 2003 Los toros en la plaza de Alicante, 1888-2000, importante obra de recopilación de datos sobre los festejos celebrados en nuestro coso taurino entre esos años.

Lisardo trabajó incontables horas rescatando de los archivos las referencias que engrosarían la batería de información de esa obra. Fue un rasgo más de una afición sin medida, sin fisuras, de un hombre que fue, sobre todo y ante todo, una buena persona. Otro trocito de la intrahistoria más cenital de nuestra tauromaquia se nos ha ido. Sit tibi terra levis. Noviembre. 2020. Lisardo Cortés, aficionado ejemplar.