El uso de las nuevas tecnologías supone en nuestra sociedad un castigo y una bendición a partes iguales. Todas las puertas que nos han abierto los avances tecnológicos (acceso a la información, entretenimiento sin límites, mejora de la comunicación) chocan con los problemas que a su vez generan. Las pantallas se inventaron para acercar personas pero sin embargo las ha alejado más. Observamos un aumento del aislamiento, del narcisismo, del gasto improductivo de tiempo y de la falta de comunicación cara a cara, todo ello debido a que tenemos al alcance de nuestra mano unos dispositivos que nos hacen vivir experiencias muy reforzantes.

En el caso de los niños, la capacidad que tienen las nuevas tecnologías de atraernos como un imán es todavía más evidente. Los foros y grupos de madres y padres así como las consultas de los psicólogos infanto-juveniles están repletos de preocupaciones con respecto al (mal) uso que los hijos realizan de móviles, videoconsolas, tablets y otros aparatos electrónicos. Los padres refieren que el niño pasa mucho tiempo delante de las pantallas y el tiempo que no está ante ellas lo pasa pensando en el momento en el que podrá volver a conectarse. Puede pasarse horas y horas delante de la videoconsola, aunque es incapaz de estar más de 20 minutos sentado haciendo los deberes. Cuando juega está contento, pero cuando toca desconectar supone un auténtico problema en casa.

Los mensajes que los padres suelen mandarnos a los psicólogos infantiles habitualmente incluyen la palabra «adicción» o alguno de sus derivados. Existe temor a que el niño «se enganche» a la videoconsola igual que un consumidor de una droga podría hacerlo a la sustancia. Hablan incluso del «síndrome de abstinencia» que el niño experimenta cuando tiene que pasar tiempo sin jugar por exámenes o porque la familia va a pasar fuera el fin de semana. Esa creencia de que mi hijo puede estar enganchado a la tecnología supone a la vez una gran fuente de estrés en la familia y una gran incertidumbre acerca de cómo manejarlo.

Sin embargo, que algo nos guste, lo hagamos mucho, prefiramos hacerlo por delante de otras y nos cabreemos si no podemos hacerla no quiere decir que seamos adictos a ese algo. Si esto fuera así, podríamos hablar de «adictos» a cosas tan variopintas como las compras, el baile, hablar, el bronceado, el trabajo o incluso a Harry Potter. El cerebro de las personas que abusan de un comportamiento no responde igual que el de las personas que abusan de sustancias. Ese chute de dopaminas que hace al adicto al tabaco seguir consumiendo no se da en los que abusan del Fornite.

El lenguaje es muy poderoso, y llamar «adicción» a algo que simplemente es un uso problemático, abusivo o desadaptativo puede ser contraproducente porque nos da la sensación de incontrolabilidad. Existen muchas estrategias que las madres y padres pueden usar para fomentar un uso más saludable de las tecnologías en nuestros hijos como por ejemplo un contrato de uso, limitación de horarios y espacios donde se pueden utilizar los dispositivos, aplicaciones de control parental y búsqueda de actividades alternativas al consumo de tecnología. Porque no olvidemos que nuestros hijos son expertos en cómo utilizar las tecnologías, pero de todo lo demás (cuándo, dónde, cuánto tiempo, etc.) los que más podemos saber somos los adultos.

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