En este mundo tan plural tenemos por fortuna opiniones encontradas para todos los gustos, consiguiendo que de las controversias surjan nuevas estrategias de acción con argumentos renovados. La Ilustración, prácticamente desde su nacimiento, ha conllevado fuertes críticas de sus detractores, llegando en la actualidad a consideraciones muy desproporcionadas sobre su sentido, tales como que es algo obsoleto, utópico e incluso diabólico.

Sabemos que sus propuestas se engarzan en el uso de la razón y de la ciencia como método infalible para alcanzar altas cotas de conocimiento para el bienestar de la humanidad. Los creadores de este movimiento siempre partieron del optimismo por la ciencia y la razón como medio para entender los secretos de la naturaleza humana. Apostaban fuerte por la educación como vehículo para que la sociedad pudiera transformarse y avanzar, desechando las falsas creencias, las supersticiones y el clericalismo.

Otra característica potente de la Ilustración radicaba en su fuerte creencia en el hombre y su potencial para progresar. Consideraban que el ser humano nacía libre y podía ser completamente responsable de sus acciones y de su futuro. Tenían el convencimiento de que la intermediación de la ciencia podía llevar a la sociedad a conocer el lugar que el ser humano ocupa en la naturaleza.

En estos momentos necesitamos encarecidamente una Neoilustración o Ilustración renovada, que luche por una nueva revolución científica, que como estamos viendo en estos funestos días de pandemia, es básica para el bienestar del ser humano. Que fomente y globalice la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación, sin censuras ni controles que coarten libertades, para que mejore la calidad de vida, como también hemos podido verificar a lo largo del primer confinamiento.

Una Neoilustración que potencie una línea educativa alejada de las ideologías y los adoctrinamientos, para que universalmente se consiga un avance óptimo en el conocimiento y el aprendizaje. Una ilustración renovada que asegure los cimientos de las democracias en el mundo, alejándonos de los fantasmas totalitarios que, ahora más que nunca, sobrevuelan nuestra sociedad, por la debilidad del sistema, ante una crisis que nadie sabe cómo manejar.

Al final, da un poco igual como llamemos al movimiento, sobre todo por romper estructuras y líneas de pensamiento del pasado que pueden acarrear trampas intelectuales asociadas a los términos. Lo realmente importante es que se materialicen los propósitos expuestos, aunque sea sin nombres ni apellidos, simplemente hay que pasar a la acción social.