Estamos viviendo un trocito de historia donde la confianza y todo lo que ésta alberga toma un especial protagonismo. Cada mañana, al levantarnos, hacemos un ejercicio hercúleo desde las profundidades de nuestro consciente, para afrontar el frenesí con el que se suceden los acontecimientos, que cambian nuestro presente de una forma demasiado acelerada y oscurecen nuestro futuro inmediato sin que tengamos muchas posibilidades de intervenir en él.

Necesitamos desesperadamente confiar y para ello recurrimos a todas las estrategias que en otros tiempos nos han servido de tabla de salvación, con la esperanza de que ahora también ejerzan el mismo influjo. Las decisiones que nos vemos obligados a tomar cada mañana están mediatizadas por las que otros toman por nosotros.

Esta cesión de poderes personales es una pura cuestión de confianza en los demás para que gobiernen nuestras vidas. Aquellos que cierran los ojos a la realidad, apagan el televisor, huyen de los periódicos, se hacen sordos a las ondas y callan su desesperanza, son la recreación de los tres monos místicos contra el mal, imaginando que todo es un puñetero sueño.

Una de las máximas más populares, es la contundente afirmación de «no te fíes ni de tu padre» o «no te fíes ni de tu sombra» aludiendo a la ración de desconfianza que hay que enarbolar para poder protegernos de las agresiones propias y ajenas. Pero a pesar de los sabios dichos tradicionales, como somos mortales y algo estúpidos, seguimos fiándonos de nuestro padre y nuestra sombra, hasta cotas impensables.

Desde el comienzo de la pandemia hemos sido obedientes y confiados en los criterios de aquellos que gobiernan nuestro destino. En el mes de marzo confiamos en las palabras del hasta entonces desconocido para la inmensa mayoría de los españoles, Fernando Simón, que aseguró que el coronavirus solo afectaría a unos pocos casos y que no teníamos por qué alarmarnos.

Después de una confinación total, con las consiguientes ruinas familiares en vidas y enfermedad, y económicas por cierres de negocios durante varios meses, nuestro triunfalista presidente Pedro Sánchez afirmó que habíamos vencido al virus y controlado la pandemia.

Ahora tenemos que seguir confiando en nuestros dudosamente fiables gobernantes, cuando nos aseguran que tendremos una o varias vacunas, eficaces y seguras, a finales de este mismo año o principios del próximo. Pero quien confía nunca tiene seguridad de nada, la confianza es frágil, intangible, subjetiva y nos hace demasiado vulnerables a sus vaivenes.