Miqui Otero (Barcelona, 1980) se alimenta de parte de sus recuerdos para contar la vida de Simón, el personaje que da título a su última novela. Los orígenes gallegos del autor discurren por las páginas de Simón (Blackie Books), un trabajo rico en emociones, un camino de búsquedas y de entendimiento de uno mismo, de amistades y enamoramientos, de huidas y regresos, mientras Barcelona y la sociedad avanzan y cambian, de 1992 hasta 2018.

Simón se presenta como un libro que es «una vida entera», la de Simón. ¿Cuánto tiempo de su vida le ha llevado dar forma a la novela?

Los libros no se cocinan sin pausas y Simón se hizo a fuego lento. Mi anterior novela se publicó en 2016 y en dos años llegué a una primera versión de Simón que dejé descansar un tiempo. Pienso en lo que decía H. G. Wells, que el único crítico literario válido es el tiempo. Después volví a leer esa versión inicial con ojos nuevos. Ha sido bastante tiempo hasta que la di por acabado, aunque yo pienso que los libros nunca se acaban en la cabeza de quien los escribe.

¿Cuánto de usted, de su vida, hay en el libro?

Es comprensible preguntarlo porque los orígenes del personaje y del autor son los mismos, un hijo de gallegos que pasa mucho tiempo en el bar gallego de Barcelona de sus padres. Es lógico creer que hay mucho de mí porque me he implicado mucho emocionalmente en escribirla, pero no es una novela autobiográfica. Lo que hago es partir de entornos que conozco mucho y que hago crecer con el motor de la invención.

Hay muchos personajes, variedad de situaciones y ambientes. ¿Qué quiere contar Simón?

Además de la vida de su personaje desde que tiene ocho años en 1992, las cosas que arrastra y el mundo coral que lo rodea. No es una novela típica de iniciación de un personaje desde que nace y ya está. Tiene algo de novela decimonónica, del chaval que crece en la calle y va subiendo peldaños y se encuentra con gente y ambientes en los que aprende, de los que se desengaña, con una sociedad que va cambiando, desde su fe olímpica en 1992 hasta los meses posteriores a los atentados de Barcelona.

Los libros, la literatura, se presentan en su novela como un refugio para Simón. ¿Para usted lo son también?

Sí, no solo como un refugio sino también como una forma de adivinar vidas posibles. A él le corresponde una vida, pero a través de los libros que lee crea un mapa de tesoros y posibles vidas que tiene que buscar, como busca a su primo desaparecido. En ese sentido, reflexiono sobre que los libros nos preparan en el terreno de la ficción para los miedos o decepciones que vamos a tener en la vida real. Es como los virus que coge tu hijo en su primer año en la guardería: no quiere decir que sean letales, sino que le van a generar defensas para cuando crezca.

¿Todo está en los libros, como escribe varias veces en la novela?

Creo que casi todo, porque los buenos libros están hechos de vida. Las vidas que vivimos tienen que ver con los libros que leemos, las películas que vemos o las canciones que escuchamos. Simón aprende que todo lo que le pasa ya ha ocurrido y que ya ha sido contado en un libro.

¿Somos lo que leemos, podríamos pensar?

Estoy de acuerdo, lo cual no quiere decir que la gente que no lea no tenga una vida plena. Lo podemos entender más allá, incluso en tiempos como los actuales, en los que algunas ciudades tienen cerrada la hostelería, cuando la vida está limitada, afeada, ha perdido gran parte de su brillo y vivimos con miedo al abrazo de una persona querida, a hacer un brindis, ahora más que nunca lo que vives es lo que lees, porque la lectura te permite hacer todo eso sin riesgo en un tiempo en el que no puedes viajar. En un momento como este en que la emoción es más complicada, los libros nos dan la emoción.

¿En qué ha cambiado Miqui Otero desde su primer libro en 2010 hasta este último en 2020?

Sigo siendo yo, está claro, hoy entendería lo que alegra y motiva al Miqui Otero de antes. Pero escribí Hilo musical en un piso compartido del Raval, con ratas y cucarachas y ahora acaban de salir por la puerta mi hija de tres meses y mi hijo de tres años. Si antes mi mirada intentaba ser más humorística, ahora es algo más severa y desengañada. Pero hay algo que comparten mis novelas siempre: la intención de buscar la emoción sin ningún tipo de pudor.

Usted es profesor de literatura y periodismo. ¿Al hablar de estas materias las interrelaciona o caminan cada una por su lado?

Hay una canción del grupo Love que en un verso dice que las noticias de hoy serán las películas de mañana. Es un poco lo que creo. Una novela indaga un titular a través del análisis más profundo de los personajes. En mi caso, literatura y periodismo están conectados, suelo dejar mucho margen para la invención y la fantasía, pero al mismo tiempo uso métodos que vienen del periodismo, como entrevistar a mis personajes con todo tipo de preguntas o ir a ver experiencias que voy a narrar.

Hoy la información nos llega por múltiples cauces (medios tradicionales, redes sociales, canales, vídeos... y su consumo ha cambiado. ¿Cree usted que el periodismo como profesión ha perdido rigor?

Que los cuatro de siempre no tengan el monopolio de ofrecer la información es positivo, pero en el momento en que la información llega por muchos canales y se crean burbujas de opinión en las que la gente solo atiende a las cosas que le interesa que le expliquen, se crea una polarización con un titular por aquí, una interpretación del titular por allá, una interpretación de un tuit que interpretaba el titular anterior, y de esa manera nos vamos alejando del sentido de la información.