Según parece las circunstancias son las que mandan y cualquiera se sube al carro sin haber sido invitado, lo único que necesita es creer que está en posesión de un poder, que se atribuye a sí mismo, para convertirse en un ejecutor implacable e irracional.

Estamos viviendo experiencias orwelianas en su más estricto y amplio sentido. En este país tenemos un sentido de la realidad que sobrepasa los límites de lo racional, hasta el punto de que la interpretación de las normas y las leyes, están siendo llevadas al extremo de que no sean los jueces los que actúen, sino que un cualquiera se erige en juez y parte, no sabemos muy bien si por acción divina, por imposición de manos o por puro desajuste psicológico.

La ley y el orden en tiempos de coronavirus está representando una especie de todo vale, siempre y cuando lo apoyemos en argumentos de peligro sanitario. Los que ostentan algún cargo de autoridad, al fin y al cabo, hacen su trabajo lo mejor que saben, pero los que se autoproclaman vigilantes de la sociedad por el bien común, se convierten en un auténtico peligro social.

La alteración de la convivencia normal conlleva siempre desajustes en el comportamiento de las personas, que suelen llevarlas a equivocaciones e intromisiones en la vida de los demás que jamás estarán justificas.

Nos estamos preparando para unas fiestas navideñas singularmente diferentes, donde el punto de inflexión se encuentra en evitar al máximo las concentraciones de personas, es decir, todo lo contrario a la tradición de esos días festivos. Las familias se sienten en la necesidad de cumplir la ley, reduciendo las reuniones a un número de miembros que no se ajusta a su realidad familiar.

Habrá familias que estén pensando en incumplir esa ley que solo permite reuniones de seis o de diez personas para la cena de Nochebuena o para la celebración del año nuevo, a sabiendas de que no hay policías suficientes para cubrir todo el espectro social.

Lo que las familias no saben es que, con toda seguridad, habrá vigilantes espontáneos que velarán por que esa norma se cumpla estrictamente y llamarán a las autoridades competentes cuando tengan constancia que en la casa de al lado hay más gente de la permitida para que dispongan un desalojo ordenado.

Todas estas cuestiones de empoderamiento impropio de personas anónimas con delirios de salvadores de la humanidad, se las podemos atribuir a la recalcitrante pandemia, que todo lo puede y todo lo justifica.