Los poemas de Mavi Gómez son sencillos y vivos, como su pintura. La rima es libre, al estilo de su admirado Ángel González. En sus composiciones, recogidas en el libro autoeditado Palabras de agua, atrapa fenómenos del día a día, su fascinación por cosas cotidianas como fotografías, personajes, convivencias y autodescubrimientos. Es un poemario personal, sin más pretensiones que las de vender algunos ejemplares, regalar otros y, al final, ver la creación propia con la misma forma que las obras que te llevaron a escribir. Uno de esos libros que se guardan con cariño por amigos y familiares y cuyo lomo suele manchar más el sol que el uso. Pero hay un ejemplar de Palabras de agua que, cuentan, se llena de tierra y de polvo y tiene las hojas castigadas por el tránsito de mano en mano. Marginados, mujeres maltratadas y drogadictos siguen sus líneas con el dedo y, dicen, les ayuda a reencontrarse con bellezas universales que muchos habían dejado de ver. El estado de las páginas siempre dice si un libro está en las manos adecuadas.

«Gracias por tu hermoso detalle de haberme enviado tu poemario. Se va a manchar pero no importa, esa es la finalidad de que sea leído. La lectura es una forma de introducir a las personas a otro mundo... Y se sienten tan felices cuando ya sin miedo te dicen “ahora sí, ya puedo leerlo”. Son personas de campo y ellas dicen “esto no es para mí”. Yo les digo nada es de nadie, está en nosotros que descubramos otro rayito de luz». Quien escribe a la autora por mensaje de Facebook es Elvira Camacho, una veterinaria de Huamantla, Tlaxcala, México. Allí, en una de las regiones más humildes del país, Camacho colabora en un programa de ayuda a personas marginadas. Trabajan en la agricultura para ganarse un sustento. Excavan surcos, siembran lo que se cosechará mañana, entierran una vida anterior de intoxicación, golpes o hambre. Fue otro dedo en una página, un «me gusta» de la veterinaria al muro de Facebook donde Mavi cuelga los cuadros que pinta desde hace 15 años y algunos de los poemas que escribe desde hace ocho, lo que conectó Palabras de agua con quienes necesitan regar sus días con ambas cosas.

«A esta persona le gustan mucho mis poemas y me pidió que le mandara un ejemplar del libro. Pensé que era sólo para ella y se lo mandé. Le llegó cuatro meses después, por la pandemia. Y entonces, sorpresa para mí, dice que le encanta para unas terapias que hace con gente marginada porque que les gusta mucho leer mi libro en los descansos», explica Mavi por teléfono desde Dolores, donde vive.

Camacho acaba de mandarle un vídeo por Messenger. En él, una joven con sombrero sujeta el ejemplar del libro sentada en la verja de ferralla de un campo. Saluda y se presenta. En este «descanso del trabajo cotidiano» va a leer un poema de la autora. «Bésame mucho / así, abandonados a esa música / sentirnos débiles por un momento / no desasirnos nunca / la melodía nos encuentra inmóviles / para ser nuestro centro». Lee sobre amor con tono dulce, no hay rastro de los años que convivió con alguien que le pegaba. Da las gracias, dice adiós. El libro tiene un señalador en las primeras páginas y las tapas abombadas.

Un poemario que cruza océanos

Un poemario que cruza océanos

«Elvira me ha dicho que está usándolo para que sirva para que alguna gente se pueda parar a pensar en cosas que no sean drogas y maltrato. En México hay mucha violencia hacia las mujeres. Es muy emocionante que esté sirviendo en una zona deprimida y que pueda verlo en los vídeos», cuenta Mavi.

Al otro lado del océano, la veterinaria y voluntaria asume que «pensar en otra cosa» significa simplemente ocupar la cabeza temporalmente con algo que brille y no sea el pozo oscuro del trauma, la adicción y la soledad. «Dicen que no les salvaré de su perdición y eso lo sé, pero al menos se retan para leer. Me siento feliz porque tu libro les ha gustado», explica Camacho a la autora alicantina en uno de sus mensajes. Persevera. Sabe que lo que empieza por hojear un libro puede ayudar, algún día, a pasar página.