Nos hemos convertido en animales de creencias y, como tales, todo aquello que se aleja de ellas deja de ser verdadero y útil para sobrevivir en esta jungla humana. Al final parece que los dogmas son los que prevalecen como razonables, algo completamente incongruente en sí mismo.

Los españoles empezamos a funcionar más a través de la fe que mediante la razón. La política española se está transformando en dogmática, como si se tratara de una religión más, con seguidores acérrimos, cínicos y carentes de sentido crítico, que veneran a sus líderes con independencia de su valía, su ideología o sus reiteradas mentiras y traiciones.

Las religiones, al fin y al cabo, son algo más coherentes, porque sus líderes no son de este mundo, están por encima de lo humano y pueden exigir la fe como única e insustituible herramienta de trabajo.

Necesitamos más que nunca afianzarnos en creencias sostenibles y racionales, que consigan amortiguar tanta desvergüenza y tanto despropósito de quienes organizan nuestros destinos. Necesitamos desarrollar con urgencia una perspectiva más escéptica respecto de todas nuestras instituciones.

Este año de pandemia nos puede ayudar a reflexionar desde nuevos puntos de vista, más centrados en creencias verificables, huyendo de los dogmas licenciosos de quienes insisten en doblegar el conocimiento científico, el avance social y las estructuras ideológicas en formas heterogéneas de poder incontestable.

Sabemos que la política no se puede someter a pruebas de laboratorio, donde se verifique su salud. Tenemos que salir de este permanente enfado y pataleo que nos persigue desde hace tanto tiempo y que se ha encrudecido aún más con los estados de excepción social a los que nos someten los diferentes gobiernos, esgrimiendo al virus como único responsable.

La democracia no es un sistema infalible y, mucho menos, estable por sí solo. Necesita de los controles de las instituciones para no enfermar y morir. Los ciudadanos también tenemos la obligación de velar por su salud. Depositamos nuestra confianza cada cuatro años en grupos ideológicos cerrados, que cuando ostentan el poder desoyen sus propios principios y promesas.

Nuestros gobernantes tienen que entender que los ciudadanos les hacemos un préstamo de poder que está condicionado a que cumplan sus programas. No pueden gobernar solo para las minorías, ni con intercambios interesados, ni rompiendo sus líneas ideológicas, con el único propósito de mantener el poder. Cuando esto ocurre, y se permite, se rompe algo fundamental en la coherencia democrática. Seamos más escépticos y ganaremos todos.