Érase una vez un autónomo que decidió dedicarse a la hostelería, tomó la iniciativa de hacerlo por su cuenta. En aquellos años pidió un préstamo hipotecario para comprar el local y con ayuda de su mujer y uno de sus hijos comenzó la aventura. El negocio iba prosperando pues eran años de bonanza, pese a los 25 clientes máximos que podía tener por aforo y los 15 que tenía en la terraza, con dos empleados en la cocina y dos camareros, iba el buen hombre pagando su hipoteca y sacando un sueldo razonable.

Pero entre el 2008 y el 2009 la acechante crisis hizo que tuviera que despedir a dos de los cuatro trabajadores y que unos de sus hijos se incorporara en su ayuda. Renegoció con bancos y proveedores, aumentando su deuda considerablemente; arrastrando deudas de la seguridad social y con prórroga tras prórroga de hacienda.

Llegado el 2015 empezó a levantar cabeza, volvió a contratar primero a uno y al año siguiente al otro de los trabajadores que había despedido, para el 2018 se había puesto al día con hacienda y con la seguridad social, y a él le quedaba el mismo sueldo que le pagaba a la jefa de cocina.

En 2019, viendo que la cosa iba a mejor y mostrando una regularidad en el pago al banco, se planteó hacer una pequeña reforma, no sólo por afán de mejorar, sino por la necesidad de restituir algunos elementos que ya lo necesitaban. Iniciaban navidades con su reforma dando la bienvenida al 2020 lleno de ilusión y esperanza.

Enero de 2021: el local está cerrado. Hace 3 días tomó la decisión, puesto que con un máximo de seis clientes dentro del local y 10 fuera que con el frío (no sabe si se convierten en dos o ninguno), con la subida del recibo de luz, con los cuatro trabajadores en ERTE (de los que se paga buena parte de la cotización de la seguridad social y sus autónomos), con distribuidores que no le pueden servir porque ni siquiera ellos le pueden pagar a los productores, con el banco se ha agotado la prórroga que pidió en marzo, con el préstamo ICO que pidió en junio, el cual pronto se acabará la carencia y tendrá que empezar a amortizarlo; con el valor del local bajando casi ya equiparado al total de la deuda que tiene adquirida con todos, en casa se come de la materia prima que queda en los congeladores del restaurante y con la desesperación llegando a su máximo, un concurso de acreedores puede ser la única solución. La misma que lo dejará insolvente durante varios años y sin expectativas de a qué dedicarse, pues en su oficio demanda habrá poca.

Este drama, que está redactado desde la ficción, responde a muchas realidades iguales, parecidas o peores. El sector agoniza y nadie da una luz para decir que, en algún momento, acudirán en su ayuda. La mayoría de la ruina viene por unas decisiones, que si bien han sido tomadas para beneficio de la ciudadanía, no lo han sido de una manera objetiva económicamente hablando, ni con criterios por los que se cause semejante mal patrimonial.

Si el sacrificio ha sido por la sociedad, la sociedad debe restituirle. Es por tanto, momento de empezar a hablar de compensar y esa compensación (que tiene que venir de las arcas públicas) deberá hacerlo por voluntad de los que las administran o por decisión judicial. Ahí lo dejo…

El cierre voluntario de nuestro personaje, me da que se va a convertir en general en los próximos días, puesto que ya se está haciendo en otras comunidades autónomas. Una buena forma de ayudar al sector es al menos consumir comida para llevar en aquellos que permanezcan ofreciendo este servicio. A partir de aquí, que Dios reparta suerte. La hostelería no merece estar sufriendo esta «plaga», así que ánimo y fuerza a todos, y seguid demostrando lo grandes que sois.