Ocurre con las concesiones de la historiografía literaria tradicional perversión parecida a las dádivas que ofrece la usura: donde se celebra el triunfo efímero también se anuncia la soledad en el mañana prometida. Y me veo forzado por petición ajena, trabajo vano que hacer no pretendía, a escribir unas palabras sobre la reciente inauguración de una calle a nombre del insigne escritor alicantino Rafael Azuar Carmen (1921-2002). Cuestión esta, no se equivoquen, del todo merecida. Pues tanto la obra literaria como labor intelectual de Azuar Carmen sustancian la historia intelectual de nuestra provincia durante todo el siglo XX. Pero acaso ocurre (decíamos al principio de nuestras palabras) como en ese hermoso verso de Mario Benedetti, sólo rutina y sin embargo. Déjenme explicarles.

Ha pasado ya algún tiempo, probablemente dos años, desde que fuera donado el legado del escritor al Instituto Alicantino de Cultura Juan Gil-Albert. Como, del mismo modo (y entre otros), esta institución acogió el archivo personal del poeta (también alicantino) Vicente Mojica. Estas gestiones se deben a la intachable dirección de su antiguo director, el profesor José Ferrándiz Lozano, quien puso en orden parte del patrimonio artístico alicantino gracias a un excelente grupo de trabajo del que quiero destacar a la filóloga y documentalista Cristina Llorens, por su infatigable y desinteresado esfuerzo.

Pero volvamos –permítanme– a la placa en cuestión y dejen que la pluma pregunte por mi boca (aunque la respuesta sepa aquello que mi tinta calla): ¿Dónde y en qué circunstancias el legado de Rafael Azuar Carmen? Más. ¿Dónde la obra del literato y para cuándo una reedición de sus publicaciones? Por tanto, y disculpen que sea el aguafiestas de turno, ¿qué celebrar? Acaso el olvido futuro. Podrá ser una placa, mas una placa sin significante. Y sobre esta deuda me pregunto: ¿y el olvido? Quiero decir, ¿necesitará mascarilla el olvido o, por el contrario, vendrá inmunizado de casa?