Hay que calentar. La clase empieza en 15 minutos y urge buscar un aula vacía para prepararse. Zapatos en el pasillo y gel. Al abrir la puerta, una silla aparece colocada sobre la mesa. Acceso permitido. Este código establecido a marchas forzadas indica que la limpieza se ha realizado y que esa clase se puede utilizar. Si la silla está en el suelo, no.

Hora de impartir la clase individual de saxofón. Limpieza de atriles y pantallas. Gel en las manos. Pero al contrario del resto, mascarillas fuera. El sonido tiene que burlar esa barrera transparente que hay delante. Nada es igual, pero se parece bastante.

Estas dos estampas se repiten a diario en los conservatorios superiores de Danza y Música de la ciudad de Alicante. El covid ha cambiado muchas cosas, pero sobre todo la rutina de unas enseñanzas que sin la presencialidad pierden todo su sentido. Una por el tacto, la otra por el oído.

La experiencia del confinamiento supuso un antes y un después, pero sobre todo significó un ensayo para lo que ahora han de afrontar. Después de haber tenido que dar clases de instrumento o cualquier disciplina de danza a través de una pantalla, volver al centro, pese a bailar con la cara tapada, sin tocarse o separados por mamparas, les parece un lujo.

«Un alumno no puede entrar a un aula cuando quiere sino cuando puede». La frase la repite como un mantra Elvira Torregrosa, jefa de Estudios del Conservatorio Superior de Danza, centro que vive una auténtica reestructuración para afrontar las restricciones.

Si el primer trimestre retomaban las clases en el centro el cien por cien de los 146 alumnos y 28 profesores, este mes quebró su expectativas. Hubo que adaptar el protocolo para reducir el número de alumnos, siguiendo las indicaciones del Instituto Superior de Enseñanzas Artísticas de la Comunitat Valenciana (ISEACV), organismo al que pertenece la gestión de ambos centros y que acaba de integrarse en la Conselleria de Universidades.

Ventanas abiertas, vestuarios cerrados, calzado de calle en los pasillos, zapatos de baile en el aula, marcas en el suelo, limpieza de material, gel al entrar y al salir, baile en pareja eliminado... «y si nos piden hacer el pino lo hacemos con tal de que den clase los alumnos».

Torregrosa, encargada de recomponer el protocolo que ha conseguido reducir la asistencia de alumnos entre un 40 y un 50%, reconoce que no ha sido fácil, aunque «en esta segunda fase estábamos más preparados y la conselleria ha estado pendiente de nuestras necesidades y nos ha puesto mejor conexión wifi».

Otra de las medidas que se han tenido que implementar es ampliar el numero de clases, lo que ha supuesto acondicionar suelos y estancias. «Hemos habilitado aulas nuevas, más espaciosas donde pueden estar grupos más numerosos». Pero el reto ha sido «motivar al alumnado para que no se abandonara».

Clásico y social tienen clase una semana lunes, miércoles y viernes, y contemporáneo y español, martes y jueves. Y a la semana siguiente, al contrario. «De esta manera los grupos dan sus clases prácticas aquí y para las teóricas se reúnen la mitad aquí y la mitad online».

Estudiante en clase de instrumento, con la mampara que le separa del pfofesor.| RAFA ARJONES

Lo de dar clases a través de una pantalla lo conoce de sobra María Eulalia, inmersa varias veces en semana con la clase de clásica para alumnos de contemporáneo. Comparte aula solo con la pianista acompañante y los estudiantes muestran sus piruetas a través de las pequeñas ventanas que se acumulan a modo de tetris en la pantalla del portátil. «Les mando los ejercicios por mail y los veo a través del ordenador».

Fácil no es. Las alumnas han cambiado la clase por los espacios que han podido habilitar en sus casas. Una de ellas se estira en su habitación, junto a unas literas. «Tengo un metro y medio, más o menos, pero somos más en casa y no puedo ocupar otro sitio», afirma a través de la pantalla. Imaginación no falta y otra utiliza un tendedero como barra, «aunque le falta estabilidad». «Estamos intentando adaptarnos y que no pierdan la forma física, que es lo importante», afirma Eulalia.

Teresa Neira, profesora de español, cree que el alumnado ya ha adquirido unos hábitos. «La colocación de la ropa, la desinfección de los abanicos y elementos que se usan, y si alguien tiene necesidad puede ir a la ventana, bajarse la mascarilla y respirar un poco».

Así lo hace también el cantaor Alberto Dual que acompaña en la clase de flamenco. «Es complicado cantar con mascarilla, pero salgo, cojo aire y sale... sale de dentro, aunque un poco menos».

Asun Noales es profesora de contemporáneo pero en el Conservatorio Profesional de Danza y considera «un regalo» poder conectar «cada día con nuestro cuerpo». «No podemos vernos la cara completa, pero los ojos sonríen. Las artes tienen un gran poder para salvar la humanidad».

Lo importante, apunta el director del Superior, Ángel Ramón, es que «el bicho se ha quedado fuera» y que «el nivel de formación sigue siendo el mismo». Las medidas «son rígidas», pero «estamos muy satisfechos de cómo lo han asimilado alumnos y profesores».

La música suena

En el Conservatorio Superior Óscar Esplá siempre hay música de fondo. Los alumnos se aferran a sus instrumentos para no volver a las pantallas, aunque han tenido que sacrificar las clases grupales de orquesta, banda o big band.

Lo integran un colectivo de 90 profesores, 333 alumnos y 25 de máster, además de personal administrativo que han conseguido llevar el compás en la misma dirección. «La adaptación ha sido complicada porque estas enseñanzas requieren un tratamiento especial y no es tanto el contacto físico como el contacto visual», afirma José Vicente Asensi, director del centro.

En este mes de febrero el protocolo se ha endurecido y hay asignaturas presenciales (uno a uno), otras online para las grupales y otras para una parte de alumnos presenciales y para otros en streaming.

Las clases de instrumento, en solitario, presentan menos problema, aunque los vientos cambian mascarilla por pantallas para evitar los aerosoles. Así trabajan Fernando, con el fagot, y Flori, con el oboe, con sus compañeros de Cámara. «Somos cinco y con las pantallas lo llevamos bien, aunque con la mampara te oyes tú más de lo normal», apunta el músico. «Orquesta y banda no se puede -destaca Flori-, se complica porque a la hora de hacer un vídeo no sabes qué van a hacer tus compañeros».

Comparte esta opinión Marta Asencio, estudiante de piano y presidenta de la Asociación de Alumnos del Óscar Esplá. «No ha sido un proceso fácil, pero ya no es algo nuevo, aunque las asignaturas colectivas lo complican porque dar música en línea es realmente difícil». El contacto, afirma, «es necesario».

Alumnas se calzan tras la clase. Los zapatos se iienen que dejar en los pasillos.. | RAFA ARJONES

También los profesores han tenido que asumir esos cambios. Silvia Gómez Maestro, profesora de repertorio con piano, echa en falta las indicaciones en la partitura, el contacto físico para realizar las indicaciones necesarias. «La rutina es usar gel al entrar y al salir desinfectar el atril y las sillas utilizadas, además de que el servicio de limpieza tiene que desinfectar el piano».

Uno de los grandes inconvenientes: la mascarilla. «Hay un ángulo de visión que perdemos para mirar el teclado y eso me ha costado porque no puedes controlar el instrumento de la misma manera».

Es «inevitable» que alumnos y profesores estén afectados, asegura Asensi. «Hay algo de desánimo, de falta de motivación. Teníamos más de 80 actividades para que tocasen en Alicante y fuera, y se ha paralizado. Eso les afecta emocionalmente».

Las tareas de limpieza comienzan a las 8 de la mañana y terminan a media noche. Son comunes a ambos conservatorios, ya que comparten edificio. Pero cada uno tiene sus necesidades específicas. Como, por ejemplo, los productos. «Los instrumentos, como el piano, necesitan un desinfectante especial para que no le afecte», afirma María José Ferrer, coordinadora de estas tareas.

Barras, mandos, llaves de la luz, pomos de las puertas, sillas, suelo -que antes se hacía con vinagre y ahora con lejía»- o las mamparas «porque los vientos echan saliva y hay que limpiar a fondo».

Pese a todo, hay que seguir. Cualquier traba, asegura Asun Noales, se puede superar. «Tienen tantas ganas, tanta vocación y tanta ilusión que superan cualquier obstáculo. Son unos supervivientes y unos luchadores».

Una encargada de la limpieza, desinfecta el piano en una clase tras su uso.