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LA PLUMA Y EL DIVÁN

Contaminación

Si hacemos un paralelismo desde lo medio ambiental a otras cuestiones de la vida, podemos desembocar en una destrucción en serie y definitiva

La amenaza de la contaminación química exige una acción global

Aunque nos pueda parecer una eternidad, son los últimos cien años los que han conseguido que este, nuestro mundo, se contamine a toda velocidad. Los máximos exponentes de esta debacle han sido fundamentalmente tres cuestiones: la invención del plástico, la utilización de los carburantes fósiles y el uso de químicos en la agricultura. Ahora estamos inmersos en un problema de contaminación medio ambiental que puede resultar catastrófico para el futuro cercano de la humanidad.

Pero lo peor es que el ser humano, en general, sufre de ceguera selectiva, es decir, los desastres medioambientales tienen un sentido tan relativo que no se ven, parece como que no existieran. Somos capaces de contaminar en masa el espacio, por ejemplo, con basura de todo tipo que un día u otro puede caer sobre nuestras cabezas, pero nadie se plantea que sea un problema a resolver.

Y de contaminación general pasamos a la contaminación particular, porque no nos conformamos únicamente con polucionar lo que es común, también hacemos lo propio con las cosas más singulares. Si hacemos un paralelismo desde lo medio ambiental a otras cuestiones de la vida, podemos desembocar en una destrucción en serie y definitiva.

Vivimos en una pandemia que nadie tiene ni la más remota idea de cómo se origina. Se elucubra que si de algún animal, que si de los congelados, que si se ha escapado de algún laboratorio o si alguien, persiguiendo objetivos ocultos de cambiar este puñetero mundo, lo ha diseñado ex profeso. La cuestión es que nos ha contaminado la vida presente y futura y, eso, a los que tenemos la suerte de seguir vivos.

Cuando se altera la vida cotidiana de la totalidad de la población, desembocamos en lo que podríamos llamar una contaminación social, donde se modifican de forma desproporcionada las relaciones sociales por motivos ajenos a los propios ciudadanos, generando una tendencia cada vez más agresiva que, de seguir mucho tiempo más, podría acabar en la desobediencia civil, la insumisión y las revueltas incontroladas.

Y la consecuencia lógica de la cadena de contaminantes es constatar que hemos llegado a la contaminación política desvirtuando el sentido de las ideologías y sus fines, a la contaminación económica desajustando el orden del flujo de capitales y aumentando el desempleo, a la contaminación religiosa desarticulando y destruyendo creencias, a la contaminación judicial violando impunemente su independencia del resto de poderes del Estado, a la contaminación educativa mezclando churras con merinas para justificar los adoctrinamientos encubiertos y a la contaminación emocional que es el detonante final de la inestabilidad individual y social.

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