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Los Goyas menos vistos

35 edición de los Premios Goya

Qué pena. Te dan el programa más visto en los últimos 16 años. Te ofrecen un horario de prime time con barra libre para que hagas lo que quieras. Tienes un hándicap complicado. Las películas que compiten son, en su mayor parte, desconocidas. Eso por decirlo con finura. Vamos, en realidad, la mayor parte de las películas nominadas no las han visto más que los cinéfilos pata negra.

Pero, insisto, tienes un sábado sin competencia televisiva, con los espectadores deseando entretenerse con algo divertido y emocionante. Medio confinados. Encantados de librarse del Sálvame de luxe y de La Sexta Noche, tantos los de un bando como los de otro, por una noche. Y en lugar de agarrarles por el cuello y no soltarles en un par de horas, en lugar de ofrecerles una fiesta y un espectáculo, les retransmites lo más parecido a un acto institucional. A un funeral de Estado, o a esa perfomance a lo Marina Abramovic que había organizado el gobierno triturando las armas de los terroristas días atrás ante unos invitados perplejos.

Como cinéfilo disfruté. Pero poniéndome en la piel de teleadicto, sufrí mucho. Porque minuto a minuto percibí cómo se iba perdiendo una preciadísima cuota de pantalla, nada menos que 11 puntos y más de un millón de espectadores.

La vida estuvo en las casas de los nominados. La interacción con ellos fue nula. La gala podía haber estado pregrabada en Prado del Rey, y haber ahorrado el gastazo. ¡Qué desperdicio de entregadores! ¿A qué venía tanto envaramiento?

Revisen la Gala de los Premios Forqué de hace un mes. O la de los Feroz de esta misma semana. Por qué esos teatros sí pudieron estar llenos. La noche del cine español no debió permitirse bajar a las cifras de 2006.

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