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LA PLUMA Y EL DIVÁN

Sobre las creencias humanas

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Unos de los pilares más fuertes y consistentes para una persona normal son sus creencias. El comportamiento gira y se activa en torno a ellas como si ejercieran de motor para guiar nuestros pasos. Siempre que nuestras acciones sigan sus preceptos, tendremos más seguridad de sentirnos satisfechos con nosotros mismos. Las adquirimos de fuentes externas cuando escuchamos a los padres, a los profesores y a aquellas personas que consideramos que tienen éxito social y de fuentes internas a partir del pensamiento, la reflexión y las experiencias de nuestra vida.

Lo bueno de las creencias es que son bastante consistentes en el espacio y en el tiempo, y son recursos poderosos para dirigir el comportamiento bajo su influencia; lo malo es que, a pesar de la consistencia, en cualquier momento se nos pueden caer por completo y provocar un giro brusco de timón en nuestro comportamiento, además pueden convertirse en barreras que limiten nuestras acciones.

Vivimos en constante equilibro entre sus bondades y sus maldades. Las creencias irrefutables son las que coinciden con la evidencia pura, es decir, con la verdad absoluta, como por ejemplo creer que mañana amanecerá y anochecerá. Las discutibles coinciden con posturas refutables, como creer que la única religión verdadera es la católica o que la ideología política más eficaz y justa es la comunista.

Es bastante común que muchas creencias universales, las consideren sus portadores como verdaderas y sin posibilidad de discusión, por ejemplo, pensar que la pena de muerte es un error o que el terrorismo nunca está justificado. Si nos topamos con alguien que mantiene la creencia contraria cambiará de inmediato nuestra actitud hacia él.

Somos un compendio de creencias en cadena, todas ellas ajustadas y sin contradicciones para que el comportamiento que se desprende de ellas sea coherente y racional. Todo lo que se desvía de este patrón nos hace entrar en disputa con nosotros mismos y puede llevarnos a inconsistencias patológicas.

Pero no todas las personas cuentan con creencias firmes ante todos los acontecimientos de la vida. En demasiadas ocasiones se pueden dejar llevar por argumentos que los hagan cambiar continuamente de creencia, ajustándose a la dirección del viento que más les interesa en cada momento.

Es importante reflexionar sobre nuestras creencias, ajustándolas a la realidad y el contexto en cada situación de la vida. Es necesario ser conscientes de que las verdades absolutas son escasas y las creencias universales pueden facilitar u obstaculizar nuestra conducta. Analizarlas nos ayudará a poder corregir, ahondar, enmendar, matizar o cambiar y todo ello con un solo objetivo, el de mejorar.

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