La plaza de toros de Las Ventas reabrió ayer sus puertas después de 18 meses de inactividad con un exitoso festival en el que, más allá de los trofeos cortados, que fueron siete, lo realmente importante fue volver a sentir el toreo latir en la primera plaza del mundo después de tanto tiempo.

Había nostalgia por volver a pisar la plaza de Madrid y la tarde fue un torrente de emociones, pero toda esa morriña previa quedó a un lado en cuanto salió el primer toro, pues cabe apuntar que, aunque fue un festival, de los seis astados reseñados había cuatro cinqueños, dos cuatreños y un utrero.

El primero fue un magnífico ejemplar de El Capea para que el rejoneador Diego Ventura se «emborrachara» con él en una faena premiada con las dos orejas.

Llegaba el turno de los toreros de a pie y, para volver a recordar viejos tiempos, llegó también el primer baile de corrales. Fue en el primero de Ponce, un inválido de Juan Pedro Domecq que tuvo que ser sustituido por otro del mismo hierro y que acabó también en los corrales por el mismo defecto. El sobrero tris fue de Carmen Lorenzo, un animal tan enclasado como falto de fuerzas con el que se vio a un Ponce que buscó la estética de su toreo en una faena larga y de escaso contenido.

El Juli ofreció, posiblemente, su mejor versión ante un toro extraordinario de Garcigrande, al que toreó a cámara lenta con el capote y al que cuajó una faena templada en la que hilvanó dos cambios de mano simplemente sublimes para acabar su labor de una certera estocada. Dos orejas.

El alicantino José María Manzanares hizo un tremendo esfuerzo con uno de Victoriano del Río encastado y muy exigente, de esos que no regalan nada y que a la mínima tendía a meterse. Había que llevarlo muy tapado y aprovechar la inercia inicial para que no parase, pues en cuanto lo hacía soltaba la cara y se iba directo a por el torero, que se mostró firme y comprometido en una labor premiada con un trofeo.

Perera cortó también un trofeo de un buen toro Fuente Ymbro con el que se mostró técnicamente impecable a lo largo de una labor en la que anduvo fácil y templado pero sin acabar de entusiasmar. Y Ureña se topó con un «valdefresno» muy sosote, pero tampoco a él se le vio demasiado animado, por lo que su labor transcurrió sin pena ni gloria.

Al finalizar la tarde la sensación de felicidad que había inundado al aficionado durante toda la función se tornaba otra vez en incertidumbre. Las Ventas de momento vuelve a echar el candado hasta nuevo aviso.