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LA PLUMA Y EL DIVÁN

Convivencia

Convivencia JoséA.GarcíadelCastillo

Son demasiadas las cosas que tenemos que aprender para formarnos como personas civilizadas. Hemos de ser capaces de aprender a afrontar los miedos para que no nos amilanen, a ser sinceros con nosotros mismos y con los demás, cuestión esta que siempre está en entredicho por aquello de las mentiras «jarabe» y las mentiras «piadosas» que dan mucho juego, a aprovechar las oportunidades de la vida, cuestión siempre espinosa, a respetar las decisiones, opiniones y forma de vida de los demás y un larguísimo etcétera.

Muchas de estas cuestiones tienen mucho que ver con nuestra forma de vida pasada, presente y futura, pero, sobre todo, con el estilo de convivencia que tenemos con el resto de los mortales. Nadie nos enseña a convivir, con excepción de nuestra propia familia, que si tenemos la suerte de que sea funcional, podremos disfrutar de una convivencia sana y en armonía.

Alguien se puede cuestionar que además de la familia también la escuela intenta educar en la convivencia, pero hay que decir que sin el concurso de la familia la escuela es una isla en un océano.

Es cierto que nos empeñamos en dictar normas de convivencia desde la más tierna infancia, con la esperanza de que fructifiquen y se hagan fuertes en el futuro. Pero sabemos sobradamente que, con el tiempo, el tesón parental se queda relegado a un segundo plano, porque ganan terreno los amigos y las redes sociales.

Para una convivencia saludable enseñamos a los niños a decir por favor y gracias, a saludar a los demás, a respetar, a compartir, a reconocer las faltas o a decir la verdad. Pero sabemos que con estas normas básicas no es suficiente, hay que añadir multitud de cuestiones que, en ocasiones, se nos ponen cuesta arriba.

Por ejemplo, necesitamos que la comunicación sea fluida y equilibrada, algo que puede resultarnos imposible en un mundo de tecnologías. También es necesario que se aprenda a respetar las normas y los límites que se establezcan en casa, en la escuela o en el trabajo. No se puede uno olvidar de respetar las opiniones que sean diferentes o el tiempo que se tiene que emplear en trabajos familiares que atañen a toda la familia y no solamente a un miembro.

Estamos completamente seguros que actitudes de amabilidad con los demás, buenas palabras, un mínimo de orden personal, social y familiar, hábitos de limpieza, de puntualidad en las citas y de responsabilidad en los compromisos conducirán a una convivencia sana. Pero como ya dije al principio, puede que sean demasiadas las cosas que tenemos que aprender para ser personas civilizadas.

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