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Tribuna

La luz de Berta

La arqueóloga alicantina Berta Lledó. |

El 27 de julio la vida se apagó para Berta Lledó, mi amiga, pero su luz permanecerá encendida en todos aquellos que la conocimos... que somos muchos. No voy a hablar de su compromiso, competencia y tenacidad como profesional, porque a Berta todos la queríamos por cómo era, no por cómo trabajaba o por qué conocimientos tenía, por eso empezaré por el principio.

Berta y yo nos conocimos durante las primeras semanas del mes de octubre de 1988. Por aquel entonces habíamos comenzado la carrera de Geografía e Historia, y durante esos primeros días en los que todos nos mirábamos con timidez mezclada con ansiedad buscábamos miradas cómplices con quien recorrer los siguientes cinco años de estudios. Entonces nuestras miradas se cruzaron y surgió el clic de la amistad. Esa tarde Berta me invitó a su casa, me puso el LP de Philip Glass en el tocadiscos de su habitación y me sacó su colección de sombreros vintage. A partir de ese día Berta pasó a convertirse en mi amiga, compañera, hermana y confidente. He de reconocer que en algo estábamos a años luz: en su concepción de alta responsabilidad y prioridad en los estudios. Ella era una persona que afrontaba con gran seriedad los exámenes y obligaciones propias de un estudiante. Pero eso no resultó ser un obstáculo para que nuestra amistad creciera. En esos años nos propusimos asistir a todas las inauguraciones artísticas de las salas, que por entonces eran muchas en Alicante... y con copa en mano y la desvergüenza de unas veinteañeras formábamos corrillos en esos ambientes artísticos. Ella siempre callaba prudente cuando yo procuraba acabar todas las conversaciones ensalzando la trayectoria artística de Enrique Lledó, su padre.

A principios de los 90 consiguió ser becada para una campaña arqueológica en Bodrum, Turquía...y para allá que se fue sin apenas saber inglés, con la ilusión más infinita en la mirada y un ejemplar de La pasión turca bajo el brazo. Algo me dijo que esa historia iba a ser importante para ella...y así fue. Allí encontró su pasión, su marido, sus amigos, su tierra de adopción. Y cada vez que volvía más dejaba allí y menos tenía aquí...hasta que su corazón y amor la adoptó en aquella puerta de Oriente. Allí se desarrolló como mujer, madre, esposa, profesional y amiga, e hizo de Turquía su hogar.

Por el camino de su vida Berta ha dejado una estela de personas tocadas por su luz y generosidad por todo el mundo, España, Turquía y Japón, país este último donde se desarrolló como profesional. A lo largo de todos estos países, tan dispares, con civilizaciones tan variadas, todos coincidimos en algo, en que Berta era especial, dulce y generosa, y ese es un lenguaje universal. Mientras escribo y recuerdo el recorrido de toda su vida, sin poder abarcar mas que una centésima parte, me asombro de su intensidad. Ella ha partido pronto, pero su vida ha gozado de las experiencias de muchas vidas. Su presencia por el mundo ha dejado huellas muy profundas, y a muchos de nosotros estas huellas han quedado tatuadas en la piel para siempre.

El 27 de julio la vida se apagó para Berta Lledó, pero para su marido, hijos, hermanos, sobrinos, primos, amigos del colegio, amigos del instituto, amigos y compañeros de la universidad, sus amigos de Turquía, sus amigos de Japón... siempre estará presente, porque su amor por la vida y por los demás permanecerá imborrable, y su luz siempre permanecerá encendida.

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