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Un profesional que echó raíces

El jardinero que reverdeció los cuadros de Monet

Gilbert Vahé se hizo cargo en 1976 de la marchita finca en que el pintor impresionista y a la par impresionante floricultor alumbró algunas de sus más famosas obras y, literalmente, la resucitó

Gilbert Vahé, que en 1976 entró a trabajar hecho un mozo en la antigua finca de Monet, autor ahora de un libro sobre la resurrección de aquellos jardines que inspiraron el impresionismo.

Los nenúfares son muy exigentes. Claude Monet, pintor impresionista y, lo que a veces se ignora, jardinero impresionante, lo sabía muy bien. Reclaman más de seis horas al día al sol y por ello se desaconseja plantarlos cerca de las orillas si hay árboles que dan sombra. También son propensos a ser colonizados por el pulgón, pero entonces basta con sumergirlos un día para terminar con la plaga. Gozan con las aguas tranquilas, así que hay que alejarlos de cualquier salto de agua, por muy pequeño que sea. Todo esto lo sabía muy bien Monet y, como ha quedado acreditado, Gilbert Vahé, el jardinero que durante 42 años, entre 1976 y 2018, se encargó de retornar los jardines de la casa que el pintor tenía en Giverny, a mitad de camino entre París y la normanda Ruan, ese aspecto original que sirvió de modelo para algunas de las grandes obras maestras del impresionismo. Lo cuenta en un libro en el que, ya de paso, proporciona sabios consejos sobre peonías, rosas y dalias, además de, por supuesto, sobre nenúfares.

‘Le jardín de Monet à Giverny: historie d’une renaissance’. Ese es el título. Es muy adecuado vista la historia de aquel lugar. Monet, lo dicho, descubrió tardíamente su gran pasión por la floricultura. Fue cuando se instaló en Giverny. El jardín iba a ser la ‘modelo’ que posaría desnuda para algunas de sus más celebradas obras y se aplicó con tal empeño en esa labor que, en su momento, hasta puso en pie de guerra a los campesinos de la zona, pues Monet importó decenas de plantas exóticas para lograr el efecto deseado y los agricultores temían que aquellas semillas terminaran por invadir sus cultivos.

Claude Monet, ya anciano, en el jardín de Giverny, con el célebre puente japonés al fondo. Étienne Clémentel

A la muerte del pintor, sin embargo, la decadencia comenzó a marchitar toda aquella belleza que había sido plasmada en pinturas que, con el paso de los años, cotizarían meteóricamente al alza. ‘Le bassin aux nymphéas’, por ejemplo, fue subastado en 2008 por 51,6 millones de euros en la sala Christie’s de Londres. Es la cifra más alta pagada hasta la fecha por un ‘monet’, no solo pintado en Giverny, sino, lo cual tiene su qué, cuando el artista sufría ya una avanzada ceguera.

Un estanque con nenúfares y el puente japonés, al fondo, tras cuatro décadas de cuidados a manos de Gilbert Vahé. Bertrand Guay

La cuestión es que en 1974, tras varias vicisitudes inmobiliarias, la Academia de Bellas Artes se propuso rescatar de su preocupante abandono aquel lugar que el hijo de Monet no había sabido mimar y encargó primero la resurrección vegetal, por su currículum, a Gérald van Der Kemp, que años antes había obrado ya ese milagro en Versalles. Un entonces jovencísimo Vahé se unió en 1976 al equipo que capitaneaba Der Kemp. Pensaba que iba a ser un trabajo temporal, un año como mucho, y, sin embargo, echó raíces. Hasta 2018.

Durante todo este tiempo, toda una vida, laboral, como mínimo, podría decirse que Vahé fue Monet o, como dijo Harper Lee en ‘Matar un ruiseñor’, llevó sus zapatos y caminó con ellos por los jardines de Giverny, que es la única manera, según la escritora, de conocer verdaderamente a alguien. El trabajo al principio fue ingrato, retirar maleza y talar árboles difuntos, una pena, pero después, en lo que seguro fue un inmenso placer, la tarea consistió en tomar como modelo los propios cuadros de Monet y lograr que cobraran vida. De la naturaleza al cuadro y del cuadro a la naturaleza. Es una hermosa historia capicúa.

'Nenúfares', una de las distintas versiones que Monet dedicó a esta planta acuática, de la cual terminó por ser un avezado floricultor. Musee d'Orsay

Seguir los pasos que Monet dio como jardinero le ha proporcionado a Vahé un conocimiento enciclopédico sobre la flora del impresionismo, del cual presume, con merecido derecho, en el libro. El jardín, tal y como lo concibió el pintor, es en realidad un calendario del paso de las estaciones, pero de una riqueza cromática inaudita. En su afán, Vahé ha logrado reunir en perfecta armonía 58 variedades distintas de rosas, pero, puestos a destacar una flor icónica de aquel periodo pictórico, además de los nenúfares y los cerezo en flor, qué mejor que la dalia, una especie originaria de Centroamérica y que en su día ya cautivó a los primeros exploradores españoles que se adentraron en el Nuevo Mundo. Cabría suponer una cierta debilidad del jardinero por las dalias visto el extenso capítulo que dedica a su cultivo y cuidados, pues si los nenúfares son exigentes, estas explosiones de tropicalidad no se quedan atrás si se pretende que crezcan en la fría Francia normanda.

El hogar de Monet en Giverny, en el que Vahé ha logrado reunir hasta 58 variedades distintas de rosas. Bertrand Guay

Monet fue, además del padre accidental del término impresionismo (en 1873 bautizó una de sus obras como ‘Impresión, sol naciente’, un nombre que hizo fortuna y fue adoptado como santo y seña del movimiento renovador en el que participaban también Renoir, Cezánne, Degas, Pissarro, Berthe Morisot y Sisley), un prolífico pintor, tanto que no es extraño que una muestra representativa de sus mejores obras las realizara literalmente sin salir de casa. Su parcela de Giverny es la que aparece, además de en ‘Le bassin aux nimphéas’ de la subasta de Christie’s, en ‘Chemin de roses’ y en ‘Le jardín de l’artiste’. Son cuadros, gracias a Gilbert Vahé’, visitables.

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