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LA PLUMA Y EL DIVÁN

Alegranzas

Alegría

Una de las emociones humanas más perseguidas a lo largo y ancho de la vida es, sin duda alguna, la alegría. Tan efímera y fugaz, en ocasiones, que no nos percatamos de su presencia, aunque sintamos su ausencia como una verdadera debacle. Siempre se ha dicho que las alegrías están escondidas en las pequeñas cosas, en esas que pasan desapercibidas para la mayoría de nosotros, sin dejar la más mínima huella, pero que llegamos a añorarlas cuando nos faltan.

Un olor que nos evoca bienestar, un sabor que nos recuerda las comidas del hogar, una imagen que de pronto se aloja en nuestro pensamiento y nos hace regocijarnos hasta la extenuación, una mirada de un ser querido que acaricia nuestra piel y aumenta el calor del corazón, un rayo de sol que entra a través de la contraventana iluminando la estancia y rompiendo la rutina de la mañana. Los pequeños detalles persiguen a las grandes emociones, aunque no consigan atraparlas y únicamente rocen su existencia.

La alegría es esa emoción con la que intentamos afrontar cada día cuando ponemos el pie en el suelo, respiramos profundamente y tarareamos la canción de Serrat con su fantástico estribillo «hoy puede ser un gran día, plantéatelo así…».

A veces es complicado conservar emociones deseadas y amables como la alegría, cuando los medios de comunicación nos atolondran con cadenas interminables de noticias abominables o cuando la báscula gesticula entre nuestras piernas, poniendo cara de pocos amigos, porque hemos aumentado unos indeseables y mal queridos kilos que tendremos que esforzarnos doblemente en rebajar cuanto antes, después de un verano desenfrenado.

Conseguir una alegría se transforma en una rutina que, sin saberlo, se convierte en la obsesión de cada día para muchos de nosotros. Huimos de la desesperanza, de la tristeza, de la desazón, del aburrimiento y buceamos en aquellas cosas que, en otras ocasiones, nos han suministrado un trocito de bienestar, suficiente como para aligerarnos el desaliento.

Tendríamos que proponernos, firmemente, estar alegres, para manifestarle a los nuestros la dicha de haber conseguido vivir en su compañía y contar con la esperanza de suspirar por una larga y feliz estancia al lado de lo que poéticamente podemos llamar alegranza, un vocablo poco utilizado, escurridizo, alejado de la realidad de muchos y arraigado a los suspiros de la mayoría. Alcanzar su compañía es el anhelo de todos, vivir en su regazo el antojo de cualquiera. Si aún nos queda capacidad para soñar, soñemos con las alegranzas.

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