La lectura de la biografía de María Antonieta, escrita por el historiador americano John Stevens Cabot Abbott, me desvela otra noticia sobre el Fondillón que resulta muy interesante. Los últimos días y horas de vida de Louis XVI, último Rey de la Monarquía absolutista en Francia, estuvieron cargadas de un gran dramatismo y es de todos conocido que la guillotina acabó con mil años de monarquía y precipitó el cambio de régimen hacia la futura República.
Estos grandes hitos de la historia ocultan muchas veces los pequeños detalles que ahora nos interesan. La ejecución tuvo lugar el 21 de enero de 1793. El día antes fue interrogado durante tres horas, y al final el rey, que no había comido nada; desde su desayuno interrumpido precipitadamente, estaba tan agotado que apenas podía tenerse en pie. En la sala del comité revolucionario, el rey vio a un hombre que comía de una pequeña barra de pan. Desmayado de hambre, el monarca se acercó al hombre y, en un susurro, imploró un bocado para sí mismo. «Divídalo conmigo», dijo el hombre. «Es un desayuno espartano si tuviera algo más se lo daría».
El rey entró en el carruaje comiéndose su medio mendrugo. La misma cabalgata de la mañana lo precedió y acompañó. Las mismas multitudes abarrotaban las calles insultándolo y cantando la Marsellesa. Eran las seis y media de la tarde y la oscuridad de la noche envolvió la fortaleza del Temple, cuando Louis fue conducido de nuevo por las escaleras de la torre hasta su triste celda. Suplicó que le dejaran ver a su mujer e hijos, pero le fue denegado. Las fatigas y la comida del día no habían disminuido el apetito del rey, y esa noche cenó seis chuletas, una porción considerable de una gallina, dos huevos, y bebió dos vasos de vino blanco y uno de vino de Alicante, y enseguida se fue a la cama. Al día siguiente el verdugo Sanson guillotinó la cabeza del «Ciudadano Capeto».
