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MÚSICA CRÍTICA

Cántico elegíaco desde las cumbres

Un momento del concierto celebrado ayer en el ADDA. | HÉCTOR FUENTES

Escribe Ortega en su ensayo Meditaciones del Quijote (1914) una frase con la que me apetece encabezar estas líneas acerca del concierto de anoche. Cito textualmente: «Cada día me interesa menos ser juez de las cosas y voy prefiriendo ser su amante». Bajo mi punto de vista, no hay ya crítica musical -y artística, en general- en este país que goce de una visión objetiva e independiente. Desgraciadamente, en esta selva putrefacta en la que nos movemos, los intereses económicos, el fariseísmo y la vanidad, se han apropiado de la obra de arte convirtiéndola en un objeto fútil. Por esa razón, la crítica solo se concibe bajo el paraguas de la palmadita en la espalda y de la retórica campanuda, que no sirven absolutamente para nada. Por eso, hoy, seré amante.

La violista Isabel Villanueva, durante su actuación. | HÉCTOR FUENTES

El título que lleva este programa de abono es Elegía, suponemos que por la carga lírica de la obra de García Abril (1933-2021) y el tono melancólico que contiene el leit motiv de la sinfonía de Kalinnikov. Sin duda, Cantos de Ordesa -estrenada en 2012 por la ORCAM- es una suerte de impresiones paisajísticas donde la viola se convierte en un cuerpo volátil mediante el que, a vista de pájaro, va recorriendo poéticamente la orografía oscense perfilando una huella descriptiva de carácter no naturalista -no pretende mostrarnos gestos onomatopéyicos-, sino hipnotizarnos desde una actitud interno-intimista, trazando con la técnica compositiva un microcosmos visionario y personal. Es la primera vez que escucho a Isabel Villanueva (Pamplona, 1988) y la verdad es que su interpretación fue interesante. Se nota que ha penetrado en el universo estético del turolense y se mueve con frescura, en ocasiones discretamente, en el abanico de planos que la pieza ofrece. Quizás, más resuelta en la expresividad bucólica que en la potencia de los pasajes aguerridos. ADDA Simfònica, con Manuel Hernández-Silva (Caracas, 1962) al frente, consigue crear un vínculo tan hermoso con el sonido de la viola, que la versión de anoche fue excelente.

La violista Isabel Villanueva, durante su actuación. | HÉCTOR FUENTES

La segunda parte fue la conjunción perfecta de un maestro al que conozco muy bien y una orquesta a la que tengo un enorme aprecio porque, aparte de haber tenido el privilegio de dirigirla, está proyectando fuera de nuestra provincia un nivel artístico de amplio espectro. Son, estas, razones suficientes para saber de antemano que la interpretación de la Sinfonía Nº 1 de Vasili Kalínnikov no iba a dejar indiferente al público. ¡Qué belleza de música! ¿Cómo es posible que no se interprete con más asiduidad en los auditorios del planeta? El maestro Hernández-Silva supo exprimir todas las posibilidades románticas de la partitura y nos ofreció una versión apasionada, vibrante, enérgica. La deuda de Kalínnikov con Tchaikovsky es más que evidente. La estructura cíclica de la obra nos recuerda a la Quinta Sinfonía de este último, así como el trazado de sus melodías expansivas y nostálgicas. Todo el folclore ruso disuelto en ellas, como briznas. Hernández-Silva, buen conocedor del estilo romántico, conjuga de manera muy diáfana la dicotomía lírica versus épica, por ejemplo, durante el transcurso del Scherzo, con un equilibrio en la búsqueda del tempo adecuado entre el allegro non troppo y el moderato assai. Lo que posiblemente más llama la atención de toda ejecución es su trabajo con la sonoridad, la imbricación de los diferentes planos sonoros, la planificación de las texturas tímbricas -quisiera resaltar la enormidad de algunos solistas como el trompa Alberto Menéndez o el clarinete Jorge Ripoll-, y el resultado de todo eso se refleja, precisamente, en el final del cuarto movimiento donde el viento metal realiza un coral en fortísimo, empleando un sonido preciso y precioso, que nos eleva a un colofón vibrante. Por cierto, magnífica la pericia técnica de las maderas y de la cuerda durante el desenlace. Y, en el final de la travesía, el maestro nos dibuja uno de sus momentos preferidos: una eclosión de vitalismo, un poema de la consumación -que diría Aleixandre-, uno de esos finales que acaban luego resonando largo tiempo en el imperio de la sala sinfónica. La orquesta agradeció con su respuesta sonora el envite del director; el público se dejó seducir y acabó fascinado de tanta belleza. Enhorabuena, Hernández-Silva y Adda Simfònica, por este cántico elegíaco desde las cumbres.

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