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Joshua Bell con la orquesta NDR de Hamburgo

El violinista interpreta la Fantasía escocesa de Bruch en un programa que incluye la Cuarta de Bruckner

El violinista estadounidense Joshua Bell, en un concierto. | INFORMACIÓN

Max Bruch

(Colonial, 18383-Friedenau,1920)

Fantasía escocesa para violín y orquesta (opus 46)

Esta composición fue escrita por el compositor alemán durante el invierno de 1879-1890 para el célebre violinista español Pablo Sarasate. El autor, que en 1866 había escrito con éxito para el no menos célebre Joachim su famoso Concierto para violín y orquesta número 1, en sol menor (opus 26), dice de su Fantasía escocesa que «no puede hablarse de un concierto a causa de la total libertad con que ha sido construido y también por el empleo de melodías folklóricas». Consta de cinco movimientos o cuadros, encadenados el primero y el segundo y el tercero y cuarto, lo que supone que el reparto global es tripartito. Se abre con una introducción de tono grave a la que sucede un adagio cantabile en el que el violín solista desarrolla un tierno canto de amor: Auld Robin Morris. El allegro que le sigue, un scherzo que pondrá a prueba el virtuosismo del estadounidense Joshua Bell, se construye sobre otra melodía escocesa: The Dusty Miller. Sin interrupción, el cuarto cuadro es un nuevo movimiento lento, andante sostenuto, que utiliza otra canción: I’m a ‘down for lack o ‘Johnnie. El final, allegro guerriero, es un histórico canto de armas, Scots wha hae whyere Wallace bled, entonado brillantemente por el violín antes llegar a los compases finales en que la orquesta repite el primer canto de amor pero ahora con un dibujo batallador.

Anton Bruckner

(Ansfelden, Alta Austria,1824- Viena, 1896)

Sinfonía número 4, en mi bemol mayor, “Romántica” ( A 95)

«Sólo conozco un compositor a la altura de Beethoven y ése es Bruckner», dijo Richard Wagner del compositor austriaco. Escuchar a Bruckner, y más en directo como hoy, exige para los melómanos una atención y dedicación especial, más concentrada en lo musical que habitualmente. Como escribió Javier Elzo para la grabación de 1955 de Hanss Knasppertsbuch al frente de la Filarmónica de Viena, «Bruckner es una pasión adulta». La Cuarta, bautizada como Romántica por el propio autor, inaugura la serie de sus sinfonías «en mayor» y es, con la Séptima, la más popular de sus composiciones sinfónicas. Existen hasta tres versiones de la partitura, fruto de las revisiones que hizo al autor, aunque la más escuchada es la versión de 1878-1880 que es la que se estrenó en Viena el 20 de febrero de 1881 bajo la dirección de Hans Richter. La primera versión fue escrita entre enero y noviembre de 1874 y fue ejecutada por primera vez en Linz en 1875. Tres años después revisaría Bruckner los dos primeros movimientos, compondría un nuevo Scherzo y reescribirla, en 1880, todo el Finale. Así es como ha llegado hasta nosotros después de dedicársela al príncipe Constantino de Hohenlohe. Comienza el allegro molto moderato con un trémolo de cuerdas, con la trompa. Después, la orquesta se va apagando hasta dar entrada al desarrollo del tema. Son seis minutos iniciales que llevan hasta la conclusión del primer movimiento con una coda impactante. El segundo movimiento, andante quasi allegretto, es una marcha fúnebre, más de melancolía que de duelo, que contiene una melodía bellísima, capaz de convertir al oyente en un bruckneriano. El Scherzo, indicado en alemán como «agitado», es electrizante, con una melodía austriaca que recuerda las partidas de caza por lo que ha sido calificado de cuadro de caza», con un papel principal de las cuatro trompas de la orquesta. El Finale, como sucede en las grandes sinfonías de Bruckner terminadas, es una especie de recopilación de todo lo anterior. Como escribió Javier Elzo, el crescendo de la coda de la Cuarta son unos «acordes finales magníficos, limpios y densos al tiempo que profundos y ligeros, que te dejan pegado a la butaca hasta arrastrarte a la límpida eclosión final». Jean Gallois, en su obra dedicada a Bruckner, escribió que la Cuarta acaba «en un gran Hosanna en el que se afirma, ampliada a las propios dimensiones de la Creación que contempla, la potencia visionaria de la música». Para el musicólogo François-René Tranchefort, la Cuarta «es de principio a fin, una de las obras más luminosas del compositor, y bastará con darse cuenta del papel preponderante que desempeñan las trompas, en la presentación de los temas en cada uno de los movimientos, sin omitir su intervención en las escenas de caza del Scherzo, para comprenderlo».

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