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Miguel Calatayud, una vida en busca de la imagen ilustrada

La editorial Kalandraka publica una autobiografía del dibujante e historietista de Aspe en el que el autor recorre su trayectoria en una conversación imaginaria con su amigo Carlos Pérez

Miguel Calatayud, una vida en busca de la imagen ilustrada

«No me apetecía hacer una carrera para pintar, hacer exposiciones y vender cuadros», afirma el ilustrador Miguel Calatayud (Aspe, 1942) sobre sus inicios profesionales en las Bellas Artes, toda una declaración de intenciones sobre la que ahora ha tenido la oportunidad de extenderse a lo largo de 172 páginas en una autobiografía recién publicada por la editorial Kalandraka, Miguel Calatayud. Constancia de imágenes y pesquisas.

En ella, el Premio Nacional de Ilustración en 2009 por el conjunto de su obra, habla de su trayectoria artística en un diálogo ficcionado con su amigo Carlos Pérez, fallecido en 2013 y conservador del MuVIM (Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad), que en 2011 acogió una gran muestra retrospectiva con 400 obras de Calatayud, considerado uno de los precursores del movimiento artístico de la nueva escuela valenciana que en los 80 revolucionó el mundo del cómic.

Esta autobiografía forma parte de la colección Puntos Cardinales que Kalandraka dedica a grandes actores de la literatura infantil y juvenil, iniciada con los ilustradores italianos Roberto Innocenti y Leo Lionni.

«Yo soy el tercero y el primer representante de la ilustración española, y he seguido la línea de conversación de Innocenti y pensé en Carlos [Pérez], ya que, además de amigo, ha estado muy vinculado a mi trabajo y firmamos un libro juntos (Kembo: incidente en la pista del Circo Medrano). Tengo infinidad de notas con él y me hizo una entrevista hace años para la revista Visual, a partir de la cual he escrito el libro», indica Calatayud, que añade: «Me ha costado mucho, pero me lo he pasado muy bien. A él le habría gustado el resultado porque le encantaban los relatos disparatados».

Con él repasa su carrera el ilustrador en esta semblanza que comienza con la infancia y juventud, «cuando se motiva la vocación», apunta quien se recuerda «fascinado» con las vistas al cine de verano desde casa de su abuela, «uno de mis primeros recuerdos infantiles, imborrable, nítido, nada borroso y vinculado a la percepción de imágenes»; o de su conocimiento del Guerrero del Antifaz por el «grafiti» de un amigo; de sus probaturas con un lápiz y un papel blanco; de los tebeos y del primer Pulgarcito regalado por su madre, sonde seguiría las andanzas de Tribulete, Zipi y Zape o Carpanta; de sus vacaciones en Aspe «dibujando sin parar» frente a los limoneros o de la inseguridad que sintió al comenzar la carrera en València.

Sus libros y reflexiones, su afición por el piano, el interés por la gráfica y la cartelería y su dedicación a los libros infantiles, «que era lo que entonces se reconocía como trabajo de ilustración y queríamos influir en ellos, darles una nueva imagen», insiste Calatayud. «A mí lo que me interesaba era la imagen, reproducida, multiplicada en un libro, que va a pasar a gente que no conozco, que llega a un lector. Para mí, eso era importantísimo», confiesa, tras añadir que «cualquier historia infantil tiene claves que permite lecturas para adultos. Y siempre me apeteció que eso tuviera un valor artístico».

Ilustraciones de Miguel Calatayud para los libros ¡Ay, Filomena, Filomena! , de Kalandraka, yViaje en autobús, de Fundación Wellington. | INFORMACIÓN áfricaprado

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