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Vida y hazañas de Manzanares

En el 50 aniversario de la alternativa de la mayor leyenda del toreo que ha dado Alicante, su hijo rememora la figura del padre junto a un grupo de aficionados: «En el mundo del toro sigo siendo el niño del maestro. Y estoy muy orgulloso»

José Mari Manzanares, en el centro, junto a su hijo y su padre, observan la faena de su otro hijo, Manuel Manzanares, en la plaza de toros de Alicante en 2011. | MORELL / EFE

«Yo me di cuenta de que quería ser torero con 15 o 16 años. A mi padre no se lo dije hasta los 19. Cuando le anuncié que quería ser matador de toros me mandó con mi abuelo. Papá me enseñó la técnica y a que no me cogiera el toro. De mi abuelo aprendí otra cosa, no sé cómo explicarlo. Me di cuenta a los pocos días de que me estaba enseñando la actitud. Ser torero es renunciar a todo, olvidarte de todo; olvidarte a veces hasta de los propios amigos, de todo lo que has hecho hasta ese momento y centrarte solo en eso. Y yo no quería decepcionar a papá. Hacerte torero es una decisión para toda la vida y aquello no podía interpretarse como el simple deseo de un adolescente».

Jose María Manzanares, a la mesa junto al grupo de aficionados con que hizo tertulia. | HÉCTOR FUENTES

El que habla es José María Dols Samper (Alicante, 1982), hijo de José María Dols Abellán (Alicante, 1953 – Campo Lugar, Cáceres, 2014). Las enciclopedias llaman al primero José María y al segundo José Mari, el diminutivo heredado de su debut como novillero en 1970 en Benidorm con apenas 17 años. En ambos se impone el nombre familiar de Manzanares, y tanta gloria y triunfos lleva acumulados la marca que a estas alturas ya no es posible distinguir al padre del hijo, que ha alcanzado tal notoriedad en el mundo del toro que cuando se escucha el nombre de Manzanares es inevitable preguntar: «Pero, ¿cuál? ¿El padre o el hijo?» Eso significa que el hijo no solo hace honor a la leyenda del padre, sino que lleva camino de rebasarla en una trayectoria imparable que inevitablemente conduce al heredero a mito de la tauromaquia.

Papá. Sorprende que un tipo a punto de cumplir los 40 aupado a los primeros puestos del escalafón y ante un reducido grupo de aficionados, a algunos de los cuales ve por primera vez, siga refiriéndose en público al padre con el diminutivo que la mayoría utilizamos en familia. Y no deja de hacerlo durante las horas que disfruta de la tertulia con una docena de incondicionales con los que se ha citado en la bodega del Nou Manolín de Alicante, que es a la gastronomía lo que La Maestranza a los toros. En la bodega, un espacio mágico entre vinos viejos, el maestro desgrana vivencias que comparte en la mesa, y a su vez le revelan anécdotas en compañía de José Mari que José María no solo no se cansa de escuchar, sino que invita a los participantes a que revivan momentos junto al maestro de los que no pudo ser testigo.

Vida y hazañas de Manzanares

«Salimos una noche a pasear antes de una corrida -interviene Pedro, hermano y tío de los Manzanares-. Era una noche horrible, de mucha lluvia y un poco de frío. A él no le importó, le gustaba hacer estas cosas, pasear bajo la lluvia. Nos enfundamos los dos con gabardinas para protegernos del aguacero, con los cuellos subidos. Entonces se nos acercó un aficionado, se paró frente a nosotros porque reconoció a mi hermano, y muy serio y con mucho respeto le dijo: ‘Hasta de gabardina tiene usted arte, maestro’».

La reunión está siendo un éxito. A instancias del Ayuntamiento de Alicante y de Toni Cabot, director del Club INFORMACIÓN, se ha organizado esta tertulia con motivo de los 50 años de la toma de alternativa de José Mari Manzanares, que debutó como matador en Alicante el día grande de la fiesta de Hogueras, un 24 de junio de 1971, con Luis Miguel Dominguín como padrino y Santiago Martín «El Viti» de testigo. Confirmaría 11 meses más tarde en Madrid de la mano de Palomo Linares y de Eloy Cavazos. La efeméride incluye una exposición fotográfica en el Club con imágenes del maestro (¿El padre o el hijo? Acudan a verla).

José María Manzanares responde con fidelidad al arquetipo de matador de toros clásico. Educadísimo, correctísimo, te agarra con las dos manos cuando saluda y se levanta cuando te marchas mirando a los ojos, siempre en torero, tan bien vestido y de buen hablar. Conversador excepcional, planta de matador dentro y fuera de los ruedos, portada de Harper’s Bazaar y otras revistas de moda y modelo de Dolce & Gabbana, un profesional que goza hablando del toro, tanto que dan las nueve de la noche (siete horas de tertulia) en la bodega de Vicente Castelló.

De los vinos, como del toreo, se habla a menudo en pasado, de aquel Ribera o de aquel Rioja del setenta y tantos, de Joselito y Belmonte, de Ordóñez y Dominguín, de Palomo y Manzanares.

Ya lo apuntaba Juan Belmonte en la biografía soberbia del periodista sevillano Chaves Nogales: «Torero se es» («Juan Belmonte, matador de toros: su vida y hazañas»). Aquel día de mayo en La Maestranza, cuando su padre, en una tarde irregular, salió a la cal del ruedo y pidió al hijo que le cortara la coleta, se gestó una leyenda y comenzó a nacer otra. La retirada tenía que ser en Sevilla, que idolatraba al de Alicante: «Fijaos si papá adoraba Sevilla que él quería que yo naciera allí. Mi nacimiento le pilló en Cartagena de Indias. Sin duda, fue el torero no de Sevilla al que más ha querido Sevilla. La tarde de su retirada yo no sabía que se iba a cortar la coleta, y creo que él tampoco». Y Vicente Castelló, testigo de 82 tardes del padre, apunta: «En Sevilla decían que a pesar de ser de Alicante, dicen que torea bien». «Es imposible superar a mi padre», corona José María. Su tío no está de acuerdo: «José María es un torero que todavía no ha alcanzado su techo».

¿Y Madrid? «En Las Ventas decían que a Madrid no se puede venir si eres una figura, guapo y rico», tercia en la tertulia Enrique Montalvo. Madrid que da y que quita. «Papá tenía enfrente a los del tendido 7, que una tarde se taparon la cara con periódicos como si no quisieran verlo, pero hicieron agujeros en el papel a la altura de los ojos porque no querían perdérselo». El padre acabó triunfando en una plaza que estaba deseando verlo salir por la puerta grande, como ya ha hecho su hijo, cuya faena al toro Dalia de Victoriano del Río, en aquel toreo apoteósico de la corrida de Beneficencia de 2016, todavía se recuerda en los bares taurinos desde la calle de Alcalá a la glorieta de Manuel Becerra. Donde José Mari lo «pasaba mal» era en su tierra. «En Alicante se sentía con más responsabilidad que en Madrid», infiere Pedro Manzanares.

La tertulia salta indistintamente del padre al hijo. Intervienen Miodrag Kustudic, exjugador del Hércules, que se emociona y llora al recordar al maestro; Manuel Ruano, Rosalía Mayor, Mari Carmen de España. Y el propio torero, que atribuye al esfuerzo su éxito. «Entrenar es muy duro. Hay que sufrir mucho para que un pase te dure 15 segundos». Y motivarse, una virtud que el hijo lleva de serie. Pedro de nuevo: «A mi hermano le gustaba la motivación. Una tarde entró en la habitación del hotel José Luis Marca, su apoderado, para decirle que dejaba de representarle. Al día siguiente le cortó dos orejas a un toro en Madrid y 24 horas más tardes salió con otras de Jerez».

Coincide José María Manzanares. Torero se es, como acuñó Belmonte. «Te levantas pensando en el toro, desayunas pensando en el toro. Llevo 19 años de matador y no se deja de aprender, aunque en el mundo de los toros sigo siendo el niño del maestro. Me enseñó a ser yo y estoy orgulloso».

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