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Laura Fernández
Laura Fernández Escritora

Laura Fernández: «La realidad me parece aburrida y limitada. El mundo se me queda corto todo el rato»

«Escribo para pertenecer a la gente que escribió antes que yo y que me hizo sentirme de algún lugar en el mundo», afirma la autora de La señora Potter no es exactamente Santa Claus

La escritora y periodista Laura Fernández.

Escritora. En estos tiempos de intimidades autoficcionadas, la escritora y periodista Laura Fernández marca territorio con una fábula para adultos inocente y cruel sobre un pueblo desapacible lleno de gente que intenta ser feliz. Un homenaje agradecido a la cultura popular y un ataque furibundo (que no lo es tanto) contra la realidad.

Laura Fernández (Terrassa, 1981) había viajado a Noruega para entrevistar a un escritor y en un rato que tenía libre se fue de excursión al pueblo en el que, en teoría, veranea Papa Noel. No había mejor ejemplo real de esos lugares fuera de la realidad que la escritora llevaba frecuentando desde niña a través de las películas americanas de los 80 o los libros de Stephen King. Al volver a casa empezó a escribir su sexta novela, La señora Potter no es exactamente Santa Claus (Random House), un libro que es también un mundo en el que se entrecruzan centenares de personajes e historias y que ya es uno de los grandes fenómenos literarios de la temporada.

¿Qué tiene para usted de malo el mundo real que ha tenido que inventarse uno en un pueblo llamado Kimberly Clark Weymouth ?

La realidad me parece como muy aburrida, y además caótica, inconexa y, sobre todo, limitada. En cambio, cuando invento cosas, y como cualquier cosa inventada es posible, mantengo muy cerca la niña que sigo siendo. El mundo para mí se queda todo el rato corto. ¿Sabe qué pensaba el otro día?

Dígame.

Que las novelas norteamericanas me atraen tanto porque es un país sin historia. Y que los personajes de los escritores que siempre me han apasionado, como John Fante, son hijos de inmigrantes como yo, y que parten de un cero total y se automitificaban todo el rato. A mí, en cierto sentido, eso también me pasó porque mis padres llegaron a Cataluña desde sitios distintos de España y que en mi casa no había cultura de nada. Mi cultura me la inventé yo y por eso no tengo un arraigo con la realidad.

Su arraigo es con las películas, los cómics, las series y las novelas que ha consumido, ¿no?

Totalmente. Yo escribo para pertenecer a esa gente que hizo todas esas cosas antes que yo y que me ha hecho entender el mundo mejor, de codificarlo de alguna manera y de sentirme de algún lugar en el mundo. De hecho la novela es una defensa de eso. Hay un personaje que se va a vivir a Kimberly Clark Weymouth porque allí es donde transcurre su novela preferida, la de la Señora Potter, y por eso cree que ese es su lugar en el mundo.

Y ese lugar en el mundo parece el escenario de una película.

Porque me siento como en casa ante esos pueblos de cartón piedra como los de Las chicas Gilmore o Los Gremlims, esas películas de los 80 y primeros 90 que transcurrían en lugares que no existían y que, al ser para todos los públicos, jugaban con la idea del cuento infantil, a que lo único que importase fueran los sentimientos de los personajes. No importaba la política, ni el momento histórico, ni el dinero... Yo pertenezco a eso.

Pero mi sensación con varios de los personajes de su novela es que son infelices porque tienen demasiadas ganas de felicidad. Y eso es bastante realista.

Sí, totalmente. Cada personaje tiene un poquito mío y por eso son todos muy apasionados por la vida, un entusiasmo que es como una vela que la realidad intenta apagar todo el rato. Todos se han creado como un mundo propio en el que ser protagonistas. Hay un momento en el que uno de los personajes dice que qué sencillo sería todo si tuviéramos un guión en la mesita de noche que nos indique lo que nos va a pasar al día siguiente.

Por suerte no tenemos un guion de esos, ¿no?

Sí, yo diría que sí. Pero es difícil estar plenamente consciente de la vida cuando tienes que estar todo el rato improvisando y buscando una solución a cada pequeño problema que te encuentras.

¿Por qué cuando nos ponemos serios negamos esa cultura popular que nos ha formado?

No lo sé porque yo nunca lo he hecho y sigo sin hacerlo. Creo que deberíamos derribar ya de una vez por todas esa barrera entre alta y baja cultura, sobre todo a nivel de ficción, porque no tiene sentido. La cultura es cultura y punto.

¿Se imagina un nobel de literatura para Stephen King, por ejemplo?

A mí me encantaría, porque creo que es además el escritor que más escritores ha fabricado. Y siempre pasa igual: Cervantes, Austen, Dickens eran escritores de folletín, que no importaban en su momento y a los que la gente de la academia miraba de manera altiva, y ahora son los clásicos. Estoy convencida que si pudiéramos aparecer de aquí a 200 años en una librería veríamos los libros de Stephen King encuadernaditos como auténticos clásicos.

Todos los personajes de la novela son claramente padres o hijos de alguien. ¿Algún trauma que contarnos?

No lo sé. Yo soy hija única y por eso me gusta tanto Richard Ford, porque también es hijo único y se le nota. El hijo único no forma parte de nada, es como una pieza que sobra. Las expectativas que tienen nuestros padres sobre nosotros nos moldean y al final creces contra ellas o siendo sumisos a ellas. Y si los padres no tienen cuidado, acaban desapareciendo de la vida de tus hijos. Por eso en la novela hay esa especie de competencia por el reconocimiento entre los padres y los hijos.

La Señora Potter concede deseos a los niños que se portan mal. ¿Qué deseo pediría usted si fuese mala?

Lo que está pasando con la novela es exactamente lo que le pediría: que le salieran un montón de lectores. Vendería mi alma a la Señora Potter a cambio de poder dedicarme solo a escribir.

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