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La casa de verano de Arniches en Madrid, un paraíso en peligro

La Finca los Almendros, donde el escritor alicantino pasó los periodos estivales entre 1920 y 1930 rodeado de intelectuales, se ha puesto a la venta y si se recalifican los terrenos se construirán oficinas

Fachada de la casa de veraneo de Carlos Arniches. A la derecha, el escritor y su esposa, en su casa de campo. | J. B.A.

Si las paredes, la naturaleza y las piedras hablaran tendrían mucho que decir en la Finca los Almendros. Contarían cómo Carlos Arniches (1866-1943) jugaba al frontón todos los días y leía cuentos a sus invitados, cómo Alberti escribía versos en un estado de frenesí amoroso o cómo los intelectuales del momento disputaban partidos de fútbol.

Eso fue entre 1920 y 1930, cuando el escritor alicantino compró esta finca en Hortaleza, entonces un pueblo de Madrid, para pasar los veranos con su familia. Y también con quien quisiera visitar los más de 84.000 metros cuadrados de los que consta este enclave que ahora se ha puesto a la venta. Son las monjas adoratrices las que tienen en propiedad la finca, de cuyo mantenimiento se encarga una persona desde hace años, y si el Ayuntamiento de Madrid recalifica los terrenos, esta huella histórica y patrimonial servirá de cimiento para edificios de oficinas.

El investigador Marcos Vasconcellos inició una investigación sobre Alberti en relación con este enclave y eso sirvió para aportar una valiosa información sobre la etapa en la que perteneció a Arniches. Convertido en un defensor de este bien patrimonial junto a la familia del escritor, las voces se han ido multiplicando hasta llegar a emprender una campaña en change.org para salvar de la especulación este entorno.

Allí llegó Arniches en 1920 después de pasar el periodo estival, que él extendía durante tres meses, en Sanxenxo, Biarritz o Zarauz. «Hortaleza era un pueblo de Madrid, tenía un ambiente muy rural, y por entonces Arniches ya tenía mucho dinero», asegura Joseba Barron-Arniches, biznieto del gran autor de sainetes.

El llamado rincón de Arniches, dentro de la finca. | J. B. A.

«No tenemos claro por qué compra la finca, pero era un hombre muy familiar y desde los 21 años, que tiene sus primeros éxitos, se echa a la espalda a toda su familia». El dinero, afirma, no le preocupaba en exceso y nunca pensó en ahorrar «porque con su forma de escribir sabía que nunca le iba a faltar dinero».

Contrajo matrimonio en 1894 con Pilar Moltó y tuvo cinco hijos, que en 1920 tenían entre los 27 años del mayor, Carlos, que era arquitecto, y los 18 de Rosario, la pequeña. Fue entonces cuando compró Los Almendros, finca que había pertenecido antes al tío de Ortega y Gasset. «Allí pasaron diez años absolutamente maravillosos y Arniches estrenó en esa década 44 de sus obras emblemáticas, como Los caciques». Sobre todo porque no dejaba de trabajar ni un solo día. Incluso escribía cuatro obras a la vez y dedicada una hora al día a cada una. «Era un hombre muy metódico, se levantaba a las 8, hacía una hora de gimnasia, desayunaba y escribía».

Una rutina que iba como anillo al dedo en esta finca que constaba de un palacete del siglo XIX, varias plazas, cancha de tenis, un estanque -destruido en parte cuando se construyó la M40-, un bosque, un espacio para montar a caballo y hasta un campo reglamentario de fútbol. Conocida era su afición por el fútbol y, sobre todo, por el Atlético de Madrid que llegó a visitar la finca. También estaba el llamado rincón de Arniches, que el escritor retrató en una de sus obras más reconocidas, La señorita de Trevélez. Y allí se daban cita intelectuales de la época que montaban unas tertulias «impresionantes». El poeta Rafael Alberti, el escritor José Bergamín, Eduardo Ugarte, cofundador de La Barraca; el cineasta José López Rubio, el compositor Gustavo Pittaluga, el filósofo Xavier Zubiri, los actores Aurora Redondo y Valeriano León, y puede que hasta Ortega y Gasset, pasaron por allí.

La casa de verano de Arniches en Madrid, un paraíso en peligro

Contaban cuentos, hablaban de la actualidad, presentaban sus escritos o trabajos, merendaban, charlaban. Y alguno como Rafael Alberti -que ganó el Premio Nacional de Poesía en 1925 en el que Arniches fue jurado- se enamoraba. El poeta cayó rendido a los encantos de Victoria Amado, sobrina del alicantino, aunque nunca fue correspondido, según la investigación de Vasconcellos.

Valeriano León, tal como recoge este estudioso, aseguró en una entrevista en RNE en 1946 que las meriendas en la finca de Hortaleza eran famosas. «Filetes para unos, tortilla o huevos fritos para otros, chocolate, café o té con leche... La merienda suya (de Arniches) por aquel entonces se reducía a una cucharada de bicarbonato que degustaba rápidamente y, entre cuento y cuento, un paseíto alrededor de la mesa con un abanico para ahuyentar los mosquitos».

En 1930, Arniches deja de veranear en Los Almendros, cuyo último uso fue un centro para drogodependientes hasta 2012, y alquila una casa en El Escorial que entonces se pone de moda y donde su hijo Carlos se había hecho una casa. «Sus hijos se casarían y se hacía enorme para él y su mujer», asegura el biznieto del escritor. Pero la huella era imborrable. Tanto que el cura de Hortaleza, Francisco Campos, con el que entabla una amistad, se ve reflejado en El Padre Pitillo.

La esperanza de salvar este patrimonio histórico sigue ahí. Como el propio Arniches puso en boca de Marcial en El camino de todos (1924), «lo que se emprende con entusiasmo siempre tiene un fin glorioso».

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