Nació para ser júnior toda la vida, y para ser toda la vida un talento a la espera, como lo fue su admirado Guillermo Cabrera Infante, pues todos apreciaron desde el principio su capacidad para fabular desde la realidad que lo ampara, el nacimiento en una selva mexicana, pero en cuanto vieron que se subía a la parra y empezaba a ser mejor que aquellos que le perdonaban la vida hicieron como que era para siempre un júnior al que invitaban a seguir esperando. 

Rompió las amarras con el desdén que tienen los que temen decir que admiran cuando publicó una novela inspirada por una música que nace en las esencias de México pero que tiene en su raíz catalana la llamada de otra selva, aquella que constituyó la procedencia del exilio español. 

Ese libro de Jordi, que ahora tiene 59 años y es como si tuviera 29, fue Los rojos de ultramar (2004), cuyos ecos jamás se apagan porque son los que luego han constituido el hilo musical de su escritura, hasta llegar al presente Los hijos del volcán, que se lee igual que aquel éxito mayor de su carrera: con la cadencia que regaló Juan Rulfo a sus mejores alumnos.

Los rojos de ultramar fue declarado en su día, cuando se publicó en España, "el libro de culto de la feria"; fue elogiado y citado por Joan Manuel Serrat o Iñaki Gabilondo, y fue llevado en andas por nuevos lectores. 

Una voz atravesada

Hubo entusiastas de ese libro que lo consideraron una obra de arte quizá porque, en la literatura que reinventaba el exilio, ponía a un lado las razones de la demagogia y abrazaba tan solo lo que es propio de la literatura: la sintaxis sin adherencias, la capacidad de hacer adjetivo del sustantivo. 

Vivió en Dublín bajo la sombra de Joyce, como anfitrión de amigos que iban a rendirle tributo al padre de todos, el creador del Ulises. Él se constituyó allí en un anfitrión tranquilo, como si fuera a ser siempre el júnior que no levanta la voz. Su voz atravesada por los acentos que van con su historia (mexicano, catalán, español) es seductora como su escritura, la de un cantante bajo con resonancias de Richard Burton, y a veces se me antoja que entre esos hilos en que se convierte su frase circulan versos que hablan como Juan Rulfo. 

De todo habla Jordi Soler como si siguiera siendo un adolescente que pregunta ("ven acá, ¿y qué me dices de esto o de lo otro?"), así que va, también como Juan Carlos Onetti, fijándose en los detalles. 

La primera vez que escribió un cuento, de muy chiquito, lo hizo con tinta verde, "con letra de niño", y era la historia esperpéntica, me dijo, "sobre unos exploradores que se perdían en una gruta". La cosa funcionaba, se dio cuenta cuando ya la leyó como si no fuera suya, y desde ahí decidió que era un escritor. Años han tardado de saberlo también sus colegas, pero ahora que ha publicado Los hijos del volcán (también en Alfaguara) ya lo trata de usted la vecindad, aunque él camina siempre desnudo y feliz como los hijos de la mar y de la mejor literatura.   

'Los hijos del volcán'

Jordi Soler

Alfaguara

224 páginas

18,90 euros