Fue un concierto de dos horas y media "a pelo", sin montajes audiovisuales despampanantes ni distracciones, donde toda la atención residía en el sonido, caracterizado por el demoledor rock que desprendían tres guitarras y la velocidad de vértigo con que se sucedieron los 42 temas escogidos por el grupo para resumir una carrera de algo más de 40 años. Precisamente, los '40 años sin pisar la Audiencia Nacional' que eligió como reclamo, con su habitual sorna e intención provocativa, el grupo gallego Siniestro Total para decir adiós a los escenarios. 

La sintonía de la serie de televisión Miami Vice (esta vez no sonó, como otras veces, acompañada del himno soviético) anunciaba que el concierto daba inicio. En la pista y en la grada predominaba el acento gallego y se distinguían algunas banderas de Galicia y de Vigo, que eran como chisporroteos de color entre tanta camiseta negra con lemas y títulos de discos del grupo. 

Julián Hernández saludó al público de Madrid con un “Buenas noches, Santander”, preludio surrealista de otros muchos movimientos musicales plagados de irreverencias y estribillos osados, marca de la casa. Detrás de los músicos, sobre la pantalla de fondo, la imagen de un Renault 12 en el que los miembros más antiguos de la banda sufrieron un accidente que acabó por inspirar el nombre del grupo cuando la compañía de seguros les comunicó que aquel vehículo era un siniestro total en toda regla.

Era la gran noche del rock gallego en particular, y del rock español por extensión, porque Siniestro convirtió el recinto durante dos horas y media en una terra galega plena de algarabía, buen rollo y diversión. Sus canciones forman parte de la cultura popular y musical española con origen ochentero pero con una extensión en el tiempo que ha llegado hasta hoy. Por eso llenaron el recinto. Por eso hicieron una nueva convocatoria para el día siguiente, en un nuevo concierto, esta vez, sí, el último.

Arrancó Siniestro con el tema 'Tan hermoso', con una mole de cabezas y brazos entregados a la causa. Miles de fans llevaban la mirada, como si de un partido de tenis se tratase, de lado a lado del escenario, porque separados por unos cuatro metros durante toda la noche se situaron Julián Hernández y Miguel Costas. No hubo gestos de acercamiento ni complicidad. Ambos se alternaron en la interpretación vocal de los temas. La participación de Costas, que abandonó la formación en 1994, era uno de los alicientes de la noche. Aunque la relación con sus antiguos compañeros se enfrió hace mucho tiempo, él tenía que estar en la despedida. No se habría entendido un adiós de Siniestro sin él. 

Sonó en segundo lugar 'Rock en Samil', y el Wizink estalló. La voz de Costas, el cantante que en el pasado no quería cantar porque le daba vergüenza, figura en la memoria colectiva de una generación de rockeros en España. Porque el viernes, en las gradas predominaban, sobre todo en el público masculino, las canas y las cabezas ligeras de cabello. En la pista la edad media disminuía algo, pero en las butacas (de adorno, porque nadie se sentó en todo el concierto) se iba por encima de los cuarenta. Para muchos de ellos y de ellas fue, sin duda, una noche para saciar la nostalgia. 

El siguiente tema fue 'Assumpta', adornada con luces blaugranas, porque ella era una chica muy mona y de Barcelona; después llegó 'Ay Dolores', y tras ella la primera de su época gamberra 'Opera tu fimosis'. Fueron sucediéndose las canciones y pronto se advirtió que la noche era, en parte, la de dos siniestros, el de Costas y el posterior: el del cénit de los 80 y principios de los noventa y el otro; el que levantaba los decibelios más alto e invitaba a cantar a la parroquia, y el que quizá no resultaba tan conocido para muchos de los asistentes pero aún así mantenía la temperatura y el fervor; el de los gallegos que viajaron hasta Madrid para no perderse la cita, y el de los que renegaron desde allí decepcionados con que el epílogo musical del grupo tuviese lugar en la capital de España y no en su Vigo natal

Único o dual, lo cierto es que Siniestro sonó rockero, muy rockero, con tres guitarras y unos riffs enérgicos que apostaban por una mayor contundencia que en el pasado. Llegaron a continuación 'España se droga', 'Camino de la cama', 'Todo por la napia', 'La paz mundial' y 'Pueblos del mundo, extinguíos'. Para interpretar esta última se sumó al grupo Segundo Grandío, bajista de Siniestro entre 1988 y 2001. 

Habló Hernández, que fue portavoz único del grupo en toda la noche, y emuló a Fray Luis de León dirigiéndose al público con un “Decíamos ayer”. Un ayer de cuarenta años. Después, el líder espiritual y musical de Siniestro apuntó: “Estamos aquí para celebrar una fiesta”. Eso fue lo que se transmitió en todo momento, provocando una comunión perfecta entre la energía del escenario y la de miles de fans que iban disfrutando sin parar con el 'metralleo' de canciones que se sucedían sin descanso. 

Sonó 'Vamos muy bien', versión del tema de Obús, y el Wizink subió de temperatura aún más con 'Diga qué le debo'. A falta de dos cantantes, hubo más, porque Soto interpretó 'Grupo vigués', el bajista Avendaño hizo lo mismo con 'Sobre ti', y Alberto Torrado, bajista de la formación original de Siniestro, hizo presencia en el escenario para cantar un 'Tumbado a la bartola' que sonó por momentos algo desafinado pero evocador y divertido.

Destrozando guitarras

Llegaron después 'Nocilla', 'Naturaleza', 'Mario', 'Artista' y 'Todos los ahorcados…', de aquel Siniestro Total irreverente, gamberro y ácido, que ponía el dedo en cada llaga que veía, justo antes de anunciar un intervalo “acústico” que Julián Hernández solventó de forma prematura destrozando una guitarra acústica sobre el suelo del escenario, dejando claro que en la noche solo había espacio para el rock descarnado. Sin más.

Después de matar ‘hippies’ en las Cíes, llegó el momento para recordar a quienes habían sido parte de Siniestro en algún momento de sus más de cuarenta años de andadura. Entre ellos, Germán Coppini, primer vocalista del grupo, fallecido en 2013. En su honor sonó una de las canciones que compuso antes de pasar a formar parte de Golpes Bajos: 'Ponte en mi lugar'.  

En la recta final llegaron más platos fuertes, porque la despedida de Siniestro tuvo algo de semejanza con esos menús degustación en los que van saliendo platos uno tras otro provocando una explosión de sensaciones en el comensal. Aquí lo que experimentaba sensaciones no era el paladar, sino el oído. 'Cuánta puta y yo qué viejo' y 'Ayatolah' (con tanta incorrección política como quepa pensar) dieron paso a 'Miña terra galega', himno oficioso para miles de gallegos que dieron por buena la genialidad de Hernández al evocar símbolos y lugares de esa región adaptando el 'Sweet Home Alabama' de Lynyrd Skynyrd. Era la última vez que miles de fieles del grupo la escuchaban en directo. Era, por tanto, también, el presagio o preámbulo de una morriña musical ya sin remedio.  

16.000 almas bailando sobre su tumba

Llegaron entonces los bises sin paripés, sin que los músicos abandonaran el escenario y 16.000 almas bailaron sobre la “tumba” de Siniestro. Y llegó el final, ahora sí, con una mezcla de existencialismo y rock duro. Lo había anunciado antes Hernández, quizá como guiño a su divergencia con Costas: “El mundo del rock es un mundo muy intelectual, podemos debatir sin gritar”. Fue el turno para '¿Quiénes somos?¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?' y la inesquivable y correspondiente respuesta a semejantes cuestiones con 'Somos Siniestro Total', versión del clásico de AC/DC Highway To Hell, que provocó el delirio de la concurrencia. Fue el colofón. 

Se encendieron las luces y de la pantalla del escenario desapareció la imagen del coche, dejando visible un único mensaje de despedida: “Lo sentimos mucho, no volverá a ocurrir”, mientras sonaba el 'Que les corten los huevos' de fondo.

Lo dijo Julián Hernández sobre el escenario durante el concierto: “Es un milagro cuántico que estemos aquí”. Un milagro que vieron 16.000 fieles en la noche más gallega que se recuerda en mucho tiempo por Madrid.