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Artista y 'stripper'

Diario de una stripper: "Vendí mis primeros cómics mientras hacía bailes privados para los clientes"

La editorial Autsaider Comics publica en España 'Melody, diario de una stripper', el cómic autobiográfico de la canadiense Sylvie Rancourt donde relata su experiencia como bailarina en el Montreal de los años 80

Sylvie Rancourt, en los años 80 en Canadá.

Sylvie Rancourt tenía 18 años entonces y bailaba en un club de ‘striptease’. Su novio de aquella época la había convencido, le había dicho: “Hasta que yo encuentre trabajo”. A ella no le pareció mala idea. No del todo. Bailó una temporada y vivió todo lo que puede vivir una mujer empleada en un club de ‘striptease’ en el Montreal de los años 80, aquella sordidez subterránea –y no tan subterránea–. Probablemente, alguien que la hubiera visto bailar en aquella época, subida al escenario, o bien haciendo bailes privados para los clientes, habría pensado que esa chica no tenía futuro. Que quién sabe dónde acabaría. Y no: la editorial Autsaider Comics acaba de publicar en España ‘Melody, diario de una stripper’, la traslación a viñetas que hizo Rancourt de la experiencia de esa época. A la ‘stripper’ le gustaba dibujar.

“En los años 80 había un local de ‘striptease’ en cada pueblo. Había por todas partes”, cuenta Rancourt en entrevista telefónica con este diario. Ser ‘stripper’, por tanto, era mucho más normal de lo que es hoy en día, y no estaba mal visto. A Rancourt le gustaba dibujar y una pena de amor la llevó a dibujar su historia de aquel tiempo. A la protagonista le puso el nombre de Melody y así bautizó los cuadernillos que empezó a imprimir con sus historias. Su primer impulso fue buscar un impresor en Montreal, pero… “Pero en Montreal no encontré quién me publicara el libro, así que seguí bailando para conseguir el dinero para publicarme yo misma”. En ese ínterin ocurrieron cosas muy interesantes, como por ejemplo que Rancourt empezó a vender su fanzine en el local. A sus clientes. Mientras bailaba para ellos.

“Cuando hacía un baile privado para los clientes por lo general hablaba mucho con ellos, y en algún momento aprovechaba para decirles que era escritora. Así que yo bailaba para ellos y ellos me compraban mi libro al mismo tiempo. Y luego volvían para comprarme el siguiente número. Era sobre todo entonces cuando vendía, cuando bailaba para los clientes. Cuando finalmente me publicaron, empecé por vender en el local, y se vendía muy bien”. Es una imagen: la ‘stripper’ haciendo un baile desnuda y aprovechando para vender su arte. La historia sigue con que los clientes, al parecer, se lo pasaban tan bien con ‘Melody’ que dejaban de prestar atención a los bailes, lo cual no solo habla bien de la calidad de la artista, sino que deja en buen lugar a los clientes: aquellos montrealeses aficionados al ‘striptease’ que eran capaces de reunciar a un buen número por… otro buen número.

-Dígame, ¿qué pensaban sus compañeras? Al fin y al cabo, les robaba público.

-Me daban mucho ánimo. También compraban y también leían.

“Para conseguir una mayor repercusión –cuenta Chris Ware en el prólogo de la edición española, ‘La dibujante de cómic que sabía lo que hacía’– visitó al mayor distribuidor de revistas de Quebec y siguió su consejo de imprimir una versión más ‘profesional’ de su trabajo. Con la ayuda del dibujante de cómic canadiense Jacques Boivin, creó una publicación periódica en formato revista con portada a color que se imprimió en ‘offset’”. Fue el antes y el después. A partir de entonces, Rancourt pudo distribuir su trabajo a través de los quioscos de prensa de todo Quebec. Su fama trascendió las fronteras de los clubes de ‘striptease’ y, como era de esperar, atrajo comentarios buenos y malos por igual. Alguna prensa de Quebec la acusó de “pornográfica”, pero ella dice que, si acaso, ‘Melody’ es “erótica”. “Yo encuentro que mi libro o bien es divertido o bien triste”, dice. Bailarinas, camellos, puteros, un novio caradura, partidas de póker, sexo a cuatro, redadas, todo esto es ‘Melody’. Sin embargo, el cómic está dibujado de tal forma y la historia fluye con tanta naturalidad que a ratos parece infantil.

“Quedé cautivado por el enfoque de los directos y sencillos dibujos de Rancourt”, escribe Ware. Pero esa sencillez, sostiene a renglón seguido, está al servicio de narrar algo superior, “los conflictos, las pulsiones y las complejidades de la vida humana”. Más de tres décadas después de publicado, parece tan moderno como si se hubiera hecho ayer.

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