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Puerta grande de aceros

Antonio Ferrera paseó un trofeo del cuarto mientras Perera se fue de vacío después de una desigual actuación en un interesante festejo

Ferrera en un derechazo dominador al primero de la tarde. | ALEX DOMÍNGUEZ

El primero de los festejos mayores a pie llegó con un viento enrachado que alivió los calores en las gradas pero molestó a los toreros en el ruedo. No se puede decir que fuera un factor definitivo, pero quizá con las telas más atemperadas algún pasaje con los astados de Fuente Ymbro hubiera resultado más rotundo en cuanto a mando y dominio.

Y es que los toros del ganadero gaditano, que centraban el atractivo «torista» del serial, no acabaron de responder a lo esperado. Cierto que se movieron en general, con diferentes matices de casta, desde el genio del sexto a la nobleza del quinto, varios acabaron escarbando y otros, como primero y cuarto, se apagaron demasiado pronto. Cumplieron en el caballo, sin mayor intensidad.

Abrió la tarde Antonio Ferrera con su capote de tonos azules. El animal apretaba por el derecho con el percal, y tras un puyazo consistente, comenzó obligando al animal en dos tandas por el pitón derecho de buen trazo, aunque sin exigir. Al natural el viento complicó el ajuste, y de nuevo con la diestra ya el astado se mostró más reservón, a pesar de lo que pudo componer algunos derechazos verticales de cierta majeza. Saludó una ovación tras media estocada arriba.

Ginés Marín doblándose con su primer enemigo. | ALEX DOMÍNGUEZ

El cuarto ejemplar del hierro gaditano se movió con pocos bríos. Lo recibió de capote Ferrera emulando al mexicano Pana, con un farol previo a la primera verónica de un ramillete sin demasiado brillo. Fernando Sánchez clavó el par de esta y de muchas ferias, dejándose ver en el cite, esperando la arrancada del astado y clavando dando el pecho en todo lo alto, saliendo con elegancia. Para ponerlo en las escuelas. Brindó Ferrera al público y dominó los primeros viajes de la res cuando el empuje todavía lo exigía. Hubo dominio y buen son en esas primeras series. Pero se le acabó pronto el fuelle al animal, y el diestro hubo de jalear las embestidas algo cansinas para extraer un puñado de naturales dignos de anotar y una tanda vistiendo los cites y las salidas, muy en ese estilo personal al que Ferrera viene acostumbrando a los públicos en su etapa más madura. La estocada fue el preludio del apéndice que paseó.

Perera no fue ni sombra de aquel pasado glorioso. Salvo por la estupenda cuadrilla que lleva, con un Javier Ambel templadísimo en las telas y un Curro Javier pletórico en banderillas, así como algunos pasajes con la muleta donde se adivinó aquel temple y poder que no hace tanto le tuvo situado entre los que mandaban en las ferias. El segundo de la tarde fue exigente, y pegaba una cornadita molesta mediado el muletazo. Como quien tuvo retuvo, Perera acertó por momentos a templar el viaje del astado y ligarle las tandas, pero luego venían el desajuste, los tropiezos, las dudas constantes, y aquello no acababa de cuajar. El animal exigía una firmeza y mando que no siempre supo lograr el torero. Una estocada evitó males mayores.

El quinto repetía largo e incansable en la franela de Perera, y hasta la tercera tanda aquel no se acabó de confiar. Lo molió entonces a derechazos, algunos de buen aire, como también algunos naturales, pero siempre quedó la sensación de que allí debería haber ocurrido algo más. Quizá le pasó lo peor que podría haber ocurrido: descubrir él mismo los resortes válidos para poder haber cuajado a sus dos oponentes, pero no ser capaz de afianzar lo apuntado. Y para colmo, hasta dos veces tomó el olivo Perera: tras perder la muleta en la suerte suprema en este y cuando el primero le arrancó el capote en el recibo capotero. Quién te ha visto y quién te ve...

La tarde se la llevó, a la postre, quien más apostó por ella, que no fue otro que Ginés Marín. Y ese compromiso se vio, sobre todo, en el contundente uso de los aceros. Qué bien marcó los tiempos, qué despacio arrancó y qué certero resultó en la colocación. Las dos orejas que se le concedieron del sexto se antojan algo excesivas, y solo se podrían argumentar en aquello de que la estocada ya valía una. Pero su predisposición quedó patente también, por ejemplo, en sendos quites a sus dos oponentes, el primero por chicuelinas de buen aire, y el del sexto con una mezcla por Chicuelo, tafalleras y cordobinas. Medias y largas de remate coronaron las intervenciones.

Un Perera desconfiado pasó varios momentos de apuro, como este. | ALEX DOMÍNGUEZ

Fue ese sexto un animal muy geniudo, que se movió mucho pero soltando derrotes constantes, aquello que los revisteros antiguos denominaban «calamochear», y que los toreros retirados actuales metidos a comentaristas denominan «soltar la cara». Dónde va a parar, de una expresión a otra. Pues el que atendía por Legislado calamocheó de una manera muy ostentosa y precisamente el mayor acierto del trasteo de Marín estuvo en conseguir que casi no le tocara las telas, pues de haberlo hecho el deslucimiento habría sido mayúsculo. Era difícil domeñar tanta inconsistencia en la embestida, y al final, con el objetivo cumplido, hasta se pudo adornar con algún molinete y cambios de mano. La espada rubricó, como ya se ha dicho, el técnico trasteo.

Ante el tercero también se mostró solvente Marín, que completaba una terna plenamente extremeña. El de Fuente Ymbro mantuvo un juego muy interesante hasta la primera tanda en los medios. Se arrancaba brioso a los engaños, humillaba y se deslizaba. Los doblones de inicio rodilla en tierra tuvieron mando y sabor. Citó de lejos en los medios y el animal respondió alegre, pero llegó el tercer muletazo y echó una mirada a tablas más que sospechosa. Y desde ese momento la contienda bajó de contundencia. Sobresalió un cambio de mano de remate a la segunda tanda, y al natural equivocó Marín los terrenos, lo que dejó deslavazada la serie. No logró más que algún buen muletazo con la zocata, y se centró en exprimirlo por el derecho, aprovechando la querencia muy marcada ya del animal en los últimos compases. El acero rubricó para justificar la oreja concedida.

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