Creed Taylor, legendario productor y ejecutivo discográfico que fue uno de los grandes visionarios del jazz y uno de esos raros personajes capaces de definir el sonido de una época, falleció este martes a los 93 años. Taylor dedicó su vida a acercar esta música al gran público, misión que llevó a cabo grabando más de 300 títulos con una infinita nómina de grandes artistas y cuidando al máximo los detalles que pueden hacer de un disco un éxito, más allá de la música en sí: desde su diseño hasta la calidad de las grabaciones. Ese empeño se plasmó sobre todo en los dos sellos discográficos que fundó, Impulse! y CTI, pero también en Verve, la compañía que comandó artísticamente en su época de mayor esplendor. A él se debe también la explosión internacional que la bossa nova vivió a principios de los años 60, y que convertiría a este ritmo brasileño en uno de los sonidos que marcaron la música en general, y el jazz en particular, a lo largo de aquella década y la siguiente.

Nacido en una zona rural de Virginia en la que eran omnipresentes el bluegrass y el folk de grupos como The Carter Family, Taylor prefirió desde niño el jazz que escuchaba en los conciertos que la radio retransmitía desde el mítico club Birdland de Nueva York. Aprendió a tocar la trompeta en el instituto, y más tarde se matriculó en la universidad de Duke animado por la calidad y el bagaje de sus formaciones de jazz, en las que participó mientras se graduaba en Psicología.

Fue en aquella época cuando se obsesionó con la producción y se convirtió en un consumidor compulsivo de discos de jazz. Como le contó al periodista Ashley Kahn, en sus años de residencia de estudiantes llegó a comprarse todos los títulos de la colección Jazz at the Philarmonic, que dirigía Norman Granz. “Escuché todos aquellos discos que salían sin parar: las batallas de tenores, las batallas de baterías y bla bla bla. Me encantaba el jazz, pero también me preguntaba: ‘¿quién necesita esto?’. Así que decidí que me gustaría intervenir en esa clase de cosas y poner en marcha sesiones cuidadosamente planificadas en las que hubiera sitio para la improvisación, pero no para esos solos interminables”. Una declaración que resume a la perfección la filosofía musical que definiría toda su carrera.

Terminados los estudios y el servicio militar, y ya con las ideas y la vocación claras, a mediados de los años 50 se instaló en Nueva York y comenzó a trabajar como responsable de artistas y repertorio en Bethelem, un sello independiente que publicaba todo tipo de música y en el que, en el campo del jazz, tuvo la oportunidad de grabar con nombres como el contrabajista Charles Mingus, el flautista Herbie Mann o la cantante Carmen McRae. Su siguiente parada fue ABC-Paramount Records, división discográfica del conglomerado de compañías de cine y televisión. Allí, además de desempeñar sus responsabilidades como ejecutivo, grabó los pocos discos que firmó como músico, al mando de The Creed Taylor Orchestra, y que ya reflejaban esa apuesta por un jazz cercano al pop y dispuesto a hacer guiños a la cultura de masas emanada del cine o la televisión: álbumes como Shock Panic están llenos de efectos sonoros inspirados por las películas de terror y misterio.

Su ascenso a la primera división del jazz llegó en 1960, cuando en ABC-Paramount le encargaron poner en marcha una marca especializada en ese género. Fue entonces cuando Taylor fundó Impulse!, un sello que se convertiría en mítico y que él concibió como reflejo de una cierta modernidad musical muy emparentada con la estética que transmitían el cine y la publicidad de la época. Aunque su mandato allí duró apenas unos meses, a Taylor le dió tiempo a revolucionar la imagen discográfica con la apuesta por unos álbumes de formato desplegable en los que la fotografía o la tipografía eran fundamentales. El propio nombre, el célebre lomo negro y naranja y los colores calientes, casi de fuego, de sus cubiertas, ilustraban el dinamismo, la espontaneidad y la emoción que encerraba ese jazz moderno, y que su sucesor, Bob Thiele, llevó después a territorios más vanguardistas.

La nueva ola del jazz

A pesar de su corta estancia, a Taylor le dió tiempo a crear una marca de éxito comercial y crítico inmediato, con discos superventas como el single One Mint Julep de Ray Charles, y con una nómina de artistas de primera línea que incluía a músicos como Oliver Nelson o John Coltrane y arreglistas como Gil Evans y Quincy Jones. De muchas de aquellas grabaciones se ocupaba Rudy Van Gelder, prestigioso ingeniero de sonido que colaboraría con él en tantos momentos de su carrera. Al contrario de lo que se suele pensar, fue el propio Creed Taylor el que fichó a Coltrane, el más respetado de los músicos del momento, aunque sería Thiele el productor con el que el saxofonista llevaría su carrera hasta lo más alto y con el que siempre se le ha vinculado. Fue también Taylor quien acuñó para el sello el eslógan “The New Wave of Jazz Is On… IMPULSE!” ("La nueva ola del jazz está en Impulse!"), que durante años se demostraría tan efectivo como real.

A pesar del éxito, se fue a Verve en cuanto Norman Granz se la vendió a Metro Goldwyn Mayer, y como jefe de producción contribuyó a convertirla en la gran casa del jazz que sigue siendo hoy en día, con el mayor catálogo de esta música que existe en el mercado. Allí siguió añadiendo grandes figuras -Wes MontgomeryBill EvansStan GetzJimmy Smith- al potente elenco que ya poseía la compañía, capitaneado por una Ella Fitzgerald de la que Granz era representante. Hizo lo posible por hacer la música de todos ellos popular, los envolvió en bonitos arreglos y los puso a trabajar con sonidos exóticos que estaban de moda.

El más significativo fue la bossa nova, que Taylor descubrió cuando el guitarrista Charlie Byrd le puso los discos que había comprado durante un viaje por Brasil. Aquella cadencia suave era perfecta para un saxofonista melódico y tranquilo como Stan Getz, y enseguida reunió a Getz y a Byrd para que grabasen Jazz Samba, primero de una larga serie de exitosos discos de música brasileña que publicaría en Verve. El mayor de todos ellos, un hit eterno como La chica de Ipanema, cuya versión canónica grabaron a sus órdenes Antonio Carlos JobimStan Getz y el matrimonio formado por Joao Astrud Gilberto en 1964, convirtiéndolo de manera automática en un éxito global que además le regaló uno de los numerosos premios Grammy con los que el productor se hizo a lo largo de su carrera.

Creed Taylor, en el centro a la izda. junto al cantante y actor Sammy Davis Jr., recoge el premio para el álbum 'Getz/Gilberto', que incluía 'La chica de Ipanema', acompañado de Astrud Gilberto (izda.) y Monica Getz (mujer de Stan Getz, dcha.) en la entrega de los Grammy de 1964. Archivo

La estancia en Verve duró seis años. En 1967, el músico Herb Alpert le propuso crear un sello de jazz dentro de su compañía independiente A&M Records y Taylor, liberado de los grilletes de las grandes corporaciones, lo bautizó con su propio nombre: CTI (Creed Taylor Incorporated). Como ya había hecho en Impulse! y en Verve, creó sobre todo una marca, una apuesta estética y discursiva, con una imagen muy definida (el diseño de Sam Antupit y las fotografías de Pete Turner, que ya le había acompañado en Impulse!) y un sonido característico: la fusión del jazz con el soul y la música latinoamericana, a menudo envueltos en suntuosas orquestas, y la utilización de innovadores instrumentos y maquinaria de grabación electrónicos, con Van Gelder de nuevo a los mandos.

En la nómina de artistas de CTI figuraron algunos primeros espadas del jazz aterciopelado y fusionero (George BensonWes MontgomeryStanley Turrentine), grandes figuras que se acercaban a nuevas sonoridades (Nina SimoneAntonio Carlos JobimChet BakerGerry Mulligan) y una joven generación de talentosos músicos brasileños (Eumir DeodatoAirto MoreiraMilton Nascimento). En 1970, el sello se independizó de su casa madre, y etapas de enorme éxito como la inicial se alternaron con otras de dificultades financieras y tropiezos artísticos.

En los 90, Taylor volvió a grabar algunos discos para CTI con artistas como Larry Coryell Jim Hall, pero su labor en las últimas décadas fue sobre todo la de ir repescando algunos de sus grandes títulos del pasado y organizar giras de la CTI All Stars Band, una agrupación de estrellas de confianza. El jazz era ya otro: una música de nicho para públicos más añosos, concentrada en un puñado de clubs y festivales repartidos por el mundo y alejada de esa hegemonía en la cultura popular de la que, como epítome de lo cool y lo moderno, disfrutó entre los años 50 y los 70. Aquella que él tanto había luchado por conquistar y explotar.