Los seres imaginarios de Daniel Escolano

Daniel Escolano, en su estudio de San Gabriel.

Daniel Escolano, en su estudio de San Gabriel. / Pablo Ruiz Carretero

Carles Cortés

Carles Cortés

Localizar en la mente de un artista los orígenes de sus creaciones es el reto de todo crítico de arte. No soy, en absoluto, un experto en la materia, pero siempre me ha interesado la evolución de esta disciplina artística en el seno de nuestras culturas. Por este motivo, cuando conocí las pinturas de Daniel Escolano (Alacant, 1954-2022) me sentí trementamente atraído por su concreción de espacios imaginarios, dentro de la visión cosmogónica personal del artista del barrio de San Gabriel. Tuve la suerte de compartir con él, de la mano del compañero y amigo Juan Antonio Roche, unas conversaciones en su casa-taller que sirvieron para concretar la donación de la mayor parte de su obra a la Universitat d’Alacant.

Escolano, que conoció personalmente a Dalí, se sintió atraído desde sus inicios por el surrealismo. Todo ello con la huella que dejo su maestro Pedro Picó al cual añadió su peculiar manera de entender el arte, a partir de tradiciones culturales occidentales y orientales. Artistas como el Bosco, Matisse o diversas imágenes procedentes del cine, el cómic o la expresión corporal, concretaron una vasta obra que, a partir del año 2013, encontraron su acomodo en la sala del Museo de la Universitat d’Alacant donde se exponen permanentemente. Del sociólogo de la cultura, Juan Antonio Roche, aprendí que su obra podía concebirse en cuatro esferas: la de las fuerzas motoras del universo y de los seres que la habitan, la de los seres que habitan el mundo, la de los seres de otros mundos y, finalmente, la del Universo humano.

Estos cuatro puntos sirvieron de eje para la exposición que se estrenó el año 2018 y que dieron a conocer, de manera antológica, la fuerza expresiva de un artista que no encontró el acomodo que su trabajo requería en los años de su mayor productividad. Los vaivenes del arte y, por qué no, los de la mente humana, impidieron dar continuidad a su trayectoria. El afecto y la profesionalidad de Roche y de su esposa, Carmen Marimón, sirvieron para ir encajando las piezas en la donación que permitirá la continuidad de un legado que, de otra manera, habría quedado dispersa por los caminos inescrutables de las herencias artísticas.

Escolano era pasión e intensidad. Un visionario de una arcadia feliz y utópica. Tal vez incomprendida por los humanos que piensan que habitan en ella, donde el pragmatismo y el sentido material les impide entender que hay personas sensibles y sabias, generosas y amables, que lanzan su grito a través de su arte. Escolano era así, un artista inmerso en un mundo de colores, donde su obsesión por el origen del hombre, con la particular visión del gineceo materno donde hallaba su punto de equilibrio. Por otra parte, su recreación de la belleza masculina, tan bien trazada en sus dibujos, donde transmitía el deseo por la perfección, por un mundo armónico y simétrico que ofrecía la multiplicidad de interpretaciones de la realidad. Porque en Escolano nada era perfecto ni armónico, todo se encontraba en continua evolución y en transformación permanente. Una metamorfosis involuntaria que impregnaba la contemplación de sus cuadros. Nos deja otro de los grandes, lo cual me produce esa especie de insatisfacción que tenemos frente a los episodios de injusticia que nuestra sociedad nos ofrece periódicamente. Pero nos queda su recuerdo, el legado de sus obras, que nos emociona y nos reconforta porque el arte nuevamente nos confirma que vale la pena vivir para haber conocido un mundo mágico, poblado de seres fantásticos, de un visionario de nuestra sociedad.

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