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Literatura latinoamericana

Daniel Guebel, un escritor argentino de la estirpe de Sheherezade

El autor, que se reveló con su obra maestra 'El absoluto', publica ahora la novela histórica 'Un crimen japonés'

El escritor argentino Daniel Guebel, en un céntrico hotel de Barcelona. Ángel García

Es tan fecunda y burbujeante la última literatura argentina que resulta muy complicado estar al día de todas sus publicaciones desde este lado del charco. Hasta aquí van llegando más o menos regularmente autores jóvenes -especialmente ellas-, a la vez que se nos revelan tremendas injusticias, como el hecho de que un veterano como Daniel Guebel, con una treintena de libros en su haber y una obra maestra como ‘El absoluto’, que Random House publicó en España en el 2017, tuviera aquí una excelente respuesta crítica pero no, ¡ay!, las ventas y los lectores que merecería. Guebel (65 años) es un narrador de raza de la estirpe de Sheherezade. 

De hecho, ‘Las mil y una noches’ es una de las grandes referencias de una obra construida por el mero placer de contar historias que se entrelazan, se multiplican y se escapan en alegre digresión. En su trayectoria, el lector puede encontrarse una novela cervantina (‘Carrera y Fracassi’), libros de autoficción (‘El hijo judío’, que ha sacado De Conatus), juego de experimentación (‘El Caso Voynich’, sobre el misterioso manuscrito) y la ya mencionada ‘El absoluto’, un proyecto enorme y extravagante sobre la genialidad en forma de saga familiar. 

Ahora, en la línea ambiciosa de aquel libro inacabarcable aparece ‘Un crimen japonés’ (Random House), una historia de samuráis en el siglo XIV con aires de ‘thriller’, que bien podría ser la reescritura de ‘Hamlet’. El protagonista es el hijo de un señor de la guerra en busca de venganza, tras el asesinato del padre por una banda de guerreros enmascarados y la violación de la madre. 

Kurosawa, Tanizaki y un arte erótico

De visita en Barcelona, el autor, tan expansivo e irónico como su literatura, explica la trastienda de una novela que aunque lo parezca no encierra un saber erudito sobre el Japón medieval. “Buena parte de la documentación la he encontrado en internet. Wikipedia es maravillosa porque ofrece mucha información y a la vez presenta muchas lagunas y eso es magnífico para un escritor porque le permite inventar”.

Tratándose de un argentino, judío por más señas, no es extraño que se traslade a la infancia para intentar establecer su psicoanalítico vínculo original con Oriente. Cuenta, claro está, una historia seminal: “Yo era el rey de la casa, el primogénito de mi generación, así que cuando nació mi hermana me negué a comer. El pediatra me recetó una cucharadita de miel al día pero pasaron cinco y yo ya no podía más. Por suerte, mi abuela vino en mi ayuda con una sopa de arroz, que naturalmente devoré. En el suelo del plato apareció la imagen de un japonés junto a una dama oriental con sombrilla y de ahí el deslumbramiento”.

Esa imagen, junto a las películas de Kurosawa y los retorcidos relatos de Junichiro Tanizaki, que devoró en su adolescencia, completaron la querencia oriental. Mucho más tarde llegó la información sobre el shibari, un sistema de ‘bondage’, de atadura erótica, que los japoneses han elevado a la categoría de arte. “Es una técnica que nace en el Japón medieval originalmente empleada para marcar a los enemigos capturados en combate gracias a un modo de atadura particular que con el tiempo se traslada al terreno erótico”, explica. Igualmente recomienda no ver las películas de shibari que circulan por internet: “Me parecen terriblemente aburridas”.

Fábula política

En ‘Un crimen japonés’ se mezcla todo eso con una lectura que quizá no resulte tan evidente y es la mirada política. Algo que la equipara a la celebrada ‘Nuestra parte de noche’ de Mariana Enriquez. Ambas novelas, una de terror otra histórica, encierran un reflejo de la historia reciente del país: “No fui consciente de eso mientras escribía y quizá sin saberlo era una manera de contentar a todos aquellos que dicen: ¿por qué se va tan lejos Guebel y no habla de Argentina? No hay mucha distancia entre los samuráis enmascarados que esparcen los restos de su víctima y los paramilitares sin señas de identidad que entraban por la noche en las casas, secuestraban y no permitían que la gente hiciera el duelo”. Guebel evoca a Videla, cuando alguien por primera vez se atrevió a preguntarle por los ‘desaparecidos’. "Contestó, los desaparecidos no están, no son, no son nada. Tremendo". 

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