Me gustaría que fuese amarillo. Y con la pegatina en forma de triángulo. Cada cara tendría seis canciones. En la A, estarían los singles. Mientras que, en la B, los acústicos. Siempre me ha llamado la atención ese contraste: discos que comienzan a todo trapo y terminan con la vena hecha un harapo. La portada sería en mate, apoyada en una ilustración de trazos multicolor. No en vano, mi primer álbum se llamaría Garabatos. Las letras estarían serigrafiadas. Y, ya dentro, el cartón se abriría para mostrar los créditos que los amantes del soporte físico revisan con tanto fervor. El libreto, en cambio, lo utilizaría a modo de relato: ahí contaría el origen de cada uno de los temas. ¿A quién no le apetece saber los entresijos que esconden?

Mi nombre artístico sería otro bien distinto del que firma estas palabras. Y, por soñar, contendría un dúo con Andrea Corr. Quizá, una versión íntima de su popular «Summer Sunshine». Se lanzarían 500 ejemplares, una edición limitada que (quién sabe) tal vez en el futuro se volvería un objeto de culto. La fantasía ya está pensada, por lo que sólo quedaría llevarla a la realidad. El primer vinilo de mi (inventada) carrera estaría listo en 10 semanas. 

«Ahora, todo el mundo quiere el suyo», dice Eugenio López. Él es el copropietario de Mad Vinyl, la pequeña fábrica ubicada en Algete (Madrid). Es la tercera (junto a Press Play Vinyl en Vizcaya y Krakatoa Records en Castelló) que ha abierto en España tras la anunciada muerte del formato. Desde diciembre de 2020, funciona a pleno rendimiento. Lo que hace pensar que el vinilo está viviendo una segunda juventud. Los datos así lo avalan: por primera vez en 31 años ha logrado superar en ventas al CD. En nuestro país, por ejemplo, ya representan un 54% frente a un 44%. Tal y como recoge Promusicae, durante los primeros seis meses de 2022, la demanda creció un 25,6% hasta alcanzar los 13,6 millones de euros. Así, se pasó de despachar 140.000 copias en 2013 a 1.624.000 en 2021.

No deja de ser un auge marginal: el 81% de los ingresos proceden del streaming cuando, en 1999, se vendieron en España alrededor de 50 millones de CD. No obstante, demuestra cierta recuperación de un sector especialmente afectado en la última década. Entre los motivos de esta resurrección se hallan el auge del coleccionismo, la experiencia física, la reedición de iconos populares y la apuesta por ellos por gente como Taylor Swift o Rosalía.  

Eugenio acoge la propuesta con entusiasmo. Para él no hay nombres grandes o pequeños, sino buenas composiciones. Por ello, se deja la piel para darles el mejor soporte posible. El vinilo es el más artesanal de los que existen, por lo que no basta con tener sólo las máquinas. «He vivido una relación muy directa con ellos desde pequeño y eso ha hecho que mi dedicación haya ido en aumento», apunta. A su alrededor están los últimos proyectos a los que ha metido mano: Marlango, Robe, Mónica Naranjo, Zahara y Guitarricadelafuente dan calidez a un sitio en constante movimiento. «Hoy es fácil acceder a nueva música, pero cuando era adolescente la única opción era ir a la discoteca. Recuerdo que, cuando mis amigos se iban de juerga, yo me metía en la cabina del deejay», rememora el especialista, que empezó a pinchar en Pachá Madrid con 15. La irrupción del CD en los 80 puso todo patas arriba.

«Muchos álbumes dejaron de editarse en este formato. Estoy seguro de que el vinilo no murió por el rechazo del público, sino porque dejaron de producirse», sostiene. En 2006, descubrió de casualidad que en España no quedaba ningún taller desde 1997, cuando cerró el gigante Iberophone. No lo podía creer, así que empezó a investigar. Estudió la infraestructura, analizó la evolución, habló con ingenieros… Incluso tuvo la tentación de comprar alguna que otra pieza, pero nunca concluyó la operación. La mayoría era chatarra que, en ningún caso, le permitiría poner en marcha su negocio. Ésta procedía principalmente de Estados Unidos, donde se deshicieron casi de inmediato de las existencias nada más cambiar el estado de la industria. En cambio, Alemania y República Checa las conservaron casi intactas gracias a diversos subsidios gubernamentales. Esto es lo que explica que ambos territorios hayan liderado la facturación mundial gracias a su monopolio sobre los artefactos originales y sus conocimientos para ponerlos en marcha. En la actualidad, han logrado generar nuevos equipos ya adaptados a las necesidades digitales que imperan en el mercado. Su precio de base supera los 250.000 euros. 

El tiempo fue pasando hasta que, en 2014, averiguó que en Suecia se estaban dando nuevos avances. «Volvieron a comercializar piezas de repuesto, en previsión de lo que estaba por llegar», puntualiza. Por aquel entonces, Reino Unido ya estaba notando el interés. Así que empezó a prepararlo todo: financiación, inversiones, contactos… Gracias a un amigo conoció a Michael Robinson, quien además de mítico futbolista era un melómano empedernido. Le encantó la idea y, el 2 de marzo de 2020, constituyeron la empresa. El 11, nos confinaron. Pero esto tampoco les frenó.

El primer disco vio la luz el 20 de noviembre: «Al principio, veníamos los fines de semana para ir haciéndonos con la maquinaria. Pensábamos que la nuestra sería una compañía pequeñita: con 300 elepés al mes nos dábamos por satisfechos». Lejos de aquel pensamiento, hoy producen hasta 3.000 en 24 horas. Y no sólo de rock, como creían que ocurriría: por sus instalaciones han pasado bandas de pop, flamenco, reguetón, indie, electrónica… Y sus clientes son tanto artistas locales como multinacionales. 

En mi caso, pertenecería a la primera categoría: músicos que quieren publicar sus canciones en vinilos que, más adelante, venderán en sus conciertos. En estos casos, las tiradas suelen ser cortas y atrevidas. El primer paso es enviar el audio en un máster con unas calidades específicas. Éste, una vez revisado, se registra en una rueda de metal con una capa de acetato. La clave está, por ende, en calcar esta hendidura. A esta pieza se la conoce como lacquer y de ella se obtienen los estampadores que se emplearán para repetir las copias. A continuación, se incorporan al dispositivo las placas base que se habían preparado y se comienzan a calentar las semillas de cloruro de polivinilo y tan sólo quedaría cortar el borde para quitar el sobrante. Terminado el proceso, los discos se apilan en una bobina para que se enfríen y puedan enfundarse en la carátula.