Entrevista | Miquel Ramos Periodista

Miquel Ramos: "Los ultras quieren que los trabajadores se peleen entre ellos por los recursos"

El periodista aborda en su libro "Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha desde los años 90" el crecimiento de estos grupos en España, en muchos casos al amparo del fútbol, y los movimientos políticos y sociales que se desarrollaron para hacerles frente. El autor afirma que nunca se ha actuado con firmeza contra este fenómeno porque al sistema le interesa su existencia para que nada cambie.

Miquel Ramos, en la presentación de su libro hace unos días en Alcoy.

Miquel Ramos, en la presentación de su libro hace unos días en Alcoy. / LUCIO ABAD

Miquel Ramos (València, 1979) es periodista, especializado en el estudio de la extrema derecha y los discursos y delitos de odio, y de movimientos sociales como los surgidos para para hacer frente a los citados fenómenos. Autor, entre otros, de artículos en diferentes libros colectivos sobre el estado de los derechos humanos y la situación de colectivos vulnerables como los migrantes o las personas LGTBI, colabora en diferentes medios de comunicación. Este año ha publicado Antifascistas. Así se combatió a la extrema derecha desde los años 90 (editado por Capitán Swing), que hace unos días se presentó en Alcoy en su versión en valenciano, Antifeixistes. Així es va combatre l'extrema dreta des dels anys 90.

Señala en el libro que, tras la muerte de Franco, la extrema derecha se diluyó en un primer momento, pero resurgió al cabo de unos años. ¿Qué pasó?

Durante la dictadura y la transición había una extrema derecha muy vinculada al franquismo, que una vez se consolida el sistema democrático desaparece. Pero a partir de los años 80 comienza a salir una nueva extrema derecha más similar a la que ya había en Europa, vinculada a movimientos como los skinheads y en muchos casos crecida en el entorno de los ultras de los clubes de fútbol.

¿Por qué ese refugio en los clubes de fútbol?

Porque era un lugar donde se les toleraba sin problema. Los ultras allí no se escondían, al contrario, y los clubes permitían que estuvieran allí. Y están; en el año 2022 sigue habiendo ultras en los campos de fútbol, aunque cuando tuvieron un gran auge fue en la década de 1990.

¿Cómo se reflejó ese auge en aquella época?

Esos fueron los años de los asesinatos de Lucrecia Pérez (1992), Guillem Agulló (1993), Sonia Rescalvo (mujer transexual muerta a golpes en 1991 en Barcelona) o Aitor Zabaleta (aficionado de la Real Sociedad apuñalado en Madrid en 1998), en los que, de una u otra forma, el mundo de los ultras del fútbol estuvo presente. Ellos eran los que tiraban de la violencia en aquella década, y su visibilidad hizo que muchos se acercaran a ellos.

Los clubes de fútbol permitían que los ultras estuvieran allí. Y están; en el año 2022 sigue habiéndolos en los campos

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¿Y por qué las autoridades no combatieron el auge de este fenómeno?

No suponían ningún tipo de problema para el statu quo. Atacaban a los más desfavorecidos o a personas vulnerables o que eran objetivos fáciles en un momento dado, no a privilegiados. Se empezó a hacer algo cuando los movimientos antifascistas empezaron a plantar cara, pero se planteó como un problema de orden público, como peleas entre bandas.

Ha citado el asesinato de Lucrecia Pérez, del que acaban de cumplirse 30 años y que sacudió muchas conciencias, hasta el punto de considerarse el punto de partida de la lucha social contra los crímenes de odio. ¿Cree que realmente fue así?

Sí, ese crimen despertó muchas conciencias y puso luz sobre el problema del racismo y sus consecuencias. El problema es que, tras la conmoción de los primeros momentos, no se hizo nada, no se planteó esto como un asunto político. Con el caso de Aitor Zabaleta lo que ocurrió fue que se minimizó; se puso el foco sobre el fútbol, como si hubiera sido una pelea entre hinchas, cuando no era así, sino que detrás había un grupo ultra que fue "a cazar". Y mientras que no se han hecho nada, estos grupos han ido evolucionando hacia movimientos políticos.

Se ha referido al planteamiento del asunto como un problema de orden público, como peleas entre bandas. ¿Hasta qué punto piensa que eso oculta el fenómeno real?

Es un relato interesado, que favorece siempre al agresor. ¿Cómo va a ser lo mismo defender los derechos humanos que atacarlos? Por eso ahora la extrema derecha está donde está. Su objetivo es contaminar el sentido común, que la gente crea que la culpa de todo es de quienes están peor que ellos. En la década de 1930, esa visión de equidistancia en Alemania fue lo que permitió que se llegara al Holocausto.

Un momento de la presentación del libro de Miquel Ramos en Alcoy.

Un momento de la presentación del libro de Miquel Ramos en Alcoy. / LUCIO ABAD

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¿Qué pasa cuando esos partidos de ultraderecha llegan a las instituciones?

No ejercen una violencia física, pero sí verbal, y eso provoca un gran sufrimiento a muchas personas. Ellos mismos no causan daño físico, pero señalan y alientan el odio, y si llegan a tener capacidad de legislar suponen un peligro para la democracia, porque su objetivo es eliminar derechos humanos. Y hacer eso no es algo que se pueda debatir. Sin embargo, la clase política ha aceptado la entrada de esos partidos en las instituciones y los ha asumido como algo normal, cuando no lo son.

¿El discurso de odio es la antesala del delito de odio?

Por supuesto. Los discursos de odio provocan delitos de odio, y hay mucha gente que los alimenta: racistas, homófobos y machistas, pero que no van vestidos de skinhead y pasan aparentemente desapercibidos. Hacen ver que la culpa siempre es de quien tiene menos que tú, y no del sistema ni de la desigualdad. Es puro darwinismo social.

El crimen de Lucrecia Pérez puso luz sobre el problema del racismo y sus consecuencias, pero tras la conmoción de los primeros momentos no se hizo nada

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¿Y cómo cree que deben actuar las instituciones ante esto?

El problema es que a la derecha le viene muy bien que se mantenga el statu quo. No existe un peligro contra ellos, sino que se extiende el relato de que la clase trabajadora debe pelearse entre ella por los recursos. No espero nada de las instituciones; su deber es procurar que se garanticen los derechos humanos, pero ni siquiera ahora que tenemos un gobierno de izquierda se hace. Después de lo ocurrido este año en la valla fronteriza de Melilla, ¿qué puedo esperar del Ministerio del Interior?