Entrevista

Pedro Álvarez de Miranda, académico, tras la pelea por la tilde de 'solo': “La gente es muy conservadora”

“Sin ser un policía del idioma, yo bajo la nota a quien no escribe bien, faltaría más”, añade

Pedro Álvarez de Miranda.

Pedro Álvarez de Miranda. / José Luis Roca

Juan Cruz

¿Cómo fue que una simple tilde, la tilde de sólo por solamente, desatara en la Academia de la Lengua una guerra que se pareció, a la vez, a una batalla de tildes contra llanuras léxicas y también a una guerra de sensibilidades heridas?

Pues eso sucedió hace dos semanas. En la primera sesión, hubo quienes reaccionaron a un comunicado que daba por muerta la batalla antes de que ésta terminara de zanjarse, y uno de aquellos académicos, Arturo Pérez-Reverte, consideró que el comunicado de la RAE en virtud del cual ya se había dirimido todo era insuficiente y que, en la reunión inmediata de la misma Docta Casa, iba a haber más que palabras. Iba a haber un terremoto.

La sangre no llegó al río, finalmente. Se impuso tal templanza que hasta el director de la Academia, Santiago Muñoz Machado, mostró su frente ante los periodistas que aguardaban una resolución como se aguardaría por un emparejamiento de la Champions entre equipos españoles: en la frente de la más alta autoridad de la Academia no había ni un rasguño. Todo se había solucionado en buena lid y ahora quedaba en manos de los que escriben decidir si sólo, por ejemplo, es solo sin tilde o con ella.

Pedro Álvarez de Miranda.

Pedro Álvarez de Miranda. / José Luis Roca

Uno de los académicos más apaciguados a los que se puede pedir opinión sobre este episodio, Pedro Álvarez de Miranda, nos atendió para poner ya punto final (¿o tilde?) al maldito embrollo. Nació en Roma en 1953, es filólogo que trabajó en la elaboración del Diccionario Histórico de la Lengua Española, fue elegido académico en 2010, por entonces publicó Los diccionarios del español moderno, y es catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid. Escribe una columna quincenal sobre los dislates a los que se somete la buena lengua española, en el semanario La lectura, que edita el diario El Mundo.

Con sosiego, después de la batalla, estas son sus consideraciones sobre las razones que llevaron a los académicos a estar al borde de la riña.

P. ¿A qué atribuye usted esa pasión de hacer por cualquier asunto, aunque sea ortográfico, una diatriba?

R. A que la lengua es de todos y todo el mundo se considera propietario, aunque solo sea de una partecita del lenguaje. Eso me parece saludable y positivo. Porque la lengua es nuestra herramienta de vida. Entonces, como la gente considera que la lengua es suya antes que de los académicos, pues… surgen las controversias.

P. Antes de que llegara a la Academia, ¿cómo veía usted las discusiones que se daban allí?

R. El caso es que, mucho antes de ser académico, yo ya estaba vinculado a la Academia. Empecé a trabajar en ella en 1982. Así que hace mucho que no tengo una visión externa. El otro día me di cuenta de que, al haber fallecido don Manuel Seco, de cuantas personas pisan el edificio de la calle Felipe IV soy el que lo pisa desde hace más tiempo. En cuanto a las discusiones, mira: en el prólogo de Salvador Fernández Ramírez al Diccionario de dudas de Manuel Seco habla aquel gramático de un cierto enfriamiento del interés por las cuestiones normativas. Eso está escrito en 1960. No sé si entonces había ese enfriamiento, pero desde que yo tengo uso de razón lingüística, por decirlo así, he notado más bien que siempre ha habido interés por esos asuntos. A veces, incluso, he notado un excesivo acaloramiento. Sobre todo, cuando se habla de ortografía. Es curioso (y lógico): en materia ortográfica la gente es muy conservadora, lo que aprendió de niño quiere que siga vigente durante el resto de su vida. Nuestros padres y nuestros abuelos escribían con tilde fuéfuívió y dió. Esa tilde se quitó en 1959, pero pasaron muchos años hasta que todo mundo se dio por enterado. Y es que los libros impresos antes de la reforma seguían circulando y tienen que pasar muchos años para que se te borren de la memoria visual esas formas acentuadas. Creo que eso es lo que les ocurre hoy a los que discuten sobre la tilde de sólo.

P. ¿Cuáles han sido los puntos de mayor acaloramiento que ha tenido la RAE en toda su historia?

R. Uno de ellos, el nombre de la lengua: castellano o español. Otras veces, la gente le pide a la Academia que sea más normativa o prescriptiva de lo que le corresponde. A la gente le gusta el palmetazo de dómine, pero la tarea de los filólogos y los lingüistas es descriptiva, no prescriptiva. Como profesor soy consciente de mi responsabilidad y, sin ser un policía del idioma, yo bajo la nota a quien no escribe bien, faltaría más. En la ortografía no se tiene libertad. Se tiene cierta libertad en la sintaxis, en el léxico… pero no en la ortografía. Siempre se menciona del capricho de Juan Ramón Jiménez con la letra j, pero… si todos tuviésemos caprichos, esto sería un pandemónium.

Es curioso que en España no haya desaparecido el gentilicio castellano pese a tener desde antiguo una cierta unidad territorial

P. ¿Y cómo debemos decir, español o castellano? O… ¿eso es cosa de patriotismos?

R. Curiosamente, la coexistencia de castellano y español se da también en América. En Argentina, por ejemplo, se usa bastante castellano, en México solo español. Es un asunto muy debatido y que no está zanjado. Amado Alonso, un filólogo español radicado en Argentina, sugirió que cuando nos situemos en un contexto supranacional empleemos español, mientras que en un contexto intranacional digamos castellano. Es curioso que en España no haya desaparecido el gentilicio castellano pese a tener desde antiguo una cierta unidad territorial, y en Italia, en cambio, donde la unidad nacional fue muy tardía, se impusiera antes italiano a toscano.

P. ¿Por qué hay todavía quien piensa que en Latinoamérica sólo se habla una parte de nuestro idioma?

R. Eso ya no es así, simplemente porque es algo equivocado. Equivocado es también decir que el mejor español se habla en Valladolid o en Colombia. El mejor español lo hablan las personas que lo hablan bien, sean de donde sean, y ya está. Somos 500 millones de hablantes (o más, no sé) y eso implica una gran riqueza lingüística. Que a lo mejor algunas veces necesitamos una nota al pie para explicar alguna palabra o expresión… pues bien. Todos tenemos un léxico pasivo más amplio que nuestro léxico activo, hay palabras que no decimos pero las entendemos. En todo caso, ¿cómo no nos vamos a apasionar con algo así?

P. ¿Por qué cree que se dio tal apasionamiento en los medios y en la propia Academia por la tilde de sólo?

R. Pues porque no se había cerrado la polémica de 2010. Las reformas ortográficas tardan mucho en asimilarse… Ahora mismo la Academia no va a cambiar nada, entre otras cosas porque habría de consensuarlo con las Academias americanas. Se está preparando una nueva edición del Diccionario panhispánico de dudas porque urge renovar la edición de 2005. En la polémica de sólo… yo creía que la cosa se estaba asentando, pero por lo que hemos visto estos días no es así. Ese apasionamiento me parece natural. Pero hay que hacer un esfuerzo por enterarse bien de las cosas: en 2010 no se quitó una tilde que fuera obligatoria. Desde luego, a la gente le cuesta mucho alterar lo que aprendieron de niños. Por eso hay que ser muy prudente con los cambios en la ortografía.

Pedro Álvarez de Miranda.

Pedro Álvarez de Miranda. / José Luis Roca

P. ¿Lo de las semanas pasadas fue una tormenta?

R. No, no fue para tanto. Hubo cierta tensión pero sin llegar a ser algo tormentoso.

P. ¿Y por qué Pérez-Reverte dijo que habría un pleno tormentoso?

R. Porque él es muy combativo con este asunto. Pero, mira, yo no voy a contribuir nunca a ninguna clase de enfrentamiento entre escritores y filólogos. Unos y otros somos necesarios en la Academia, si bien ellos tienen un glamur del que nosotros carecemos. En cuanto a la ortografía, insisto en que lo mejor es no menealla. Seamos prácticos y ya está. En el siglo XVIII hubo una serie de reformas ortográficas de las que salió, en términos generales, nuestra ortografía de hoy, bastante sencilla y transparente. Aquella intervención de García Márquez en el Congreso de la Lengua que se celebró en Zacatecas, en la que dijo aquello de “jubilemos la ortografía” fue muy desafortunada… y un puntito demagógica.

P. ¿Qué tuvo que pasar para que el pleno de la última semana no fuera una tormenta?

R. No sé, supongo que la mayor parte de los académicos éramos conscientes de que no había motivo para que se produjera una tormenta. Se trataba de explicar lo que hay y ya está.

Las palabras existen en el habla, no en el diccionario. El diccionario está lleno de palabras muertas

P. ¿A usted qué palabras le chirrían en la vida cotidiana de ahora? ¿Por ejemplo destopar?

R. No me chirría prácticamente nada. Tampoco destopar. ¿Quién fue el primero que empleó desenvolver o deshacer o despintar? El prefijo des- está ahí para usarlo. Empezó a cundir topar…, era natural que apareciera destopar. A menudo me preguntan: "¿Se puede decir tal cosa?". Suelo decir: "Bueno, acabas de decirla y no ha ocurrido nada grave". Pues ya está. Lo nuevo está muy bien. Si no está en el diccionario, pues, lo que decía Unamuno: "Ya la pondrán". Las palabras existen en el habla, no en el diccionario. El diccionario está lleno de palabras muertas. De vez en cuando algún escritor las rescata o lo intenta… Y, sobre todo: las lenguas cambian, evolucionan.

P. ¿Usted qué palabras rescataría?

R. Probablemente alguna que recuerdo de mi infancia. Por ejemplo: zorromoco: una persona reservona, un tanto astuta, un poco hipocritona… Recuerdo que mi abuelo la decía muchísimo, pero un buen día te das cuenta de que no es tan común como creías. También recuerdo choquezuela, que es la rótula. Cuando mi abuela se bajaba del coche y se le veía la rodilla, mi abuelo la reconvenía: "Consuelo, la choquezuela". No muchos conocerán la palabra, que forma parte de mi "léxico familiar". Y que, como vi muchos años después, sí, está en el diccionario...