LA PLUMA Y EL DIVÁN

Influencias

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Foto de archivo / Luis Tejido

José A. García del Castillo

José A. García del Castillo

Aquello de que nos dejamos llevar es tan cierto que da hasta miedo. Las edades más proclives a esa vulnerabilidad se corresponden, como siempre, con las del desarrollo, es decir, que desde bien pequeñitos y hasta la primera juventud somos de lo más maleables.

Pero ni siquiera la edad adulta nos protege de determinadas influencias, cosa que saben al dedillo los publicistas, que juegan con nuestras emociones como malabaristas para vendernos a nuestro propio padre si fuera necesario, y lo consiguen.

Las malas influencias, las que verdaderamente nos dan terror, son las que tienen hilo directo con las trasgresiones de lo que consideramos normalizado o normal con consecuencias de muerte.

En los últimos años se considera que hablar del suicidio es positivo para su prevención. No obstante, un sociólogo californiano, allá por los años setenta, demostró científicamente lo que ocurre con el suicidio cuando es publicitado y aireado a los cuatro vientos.

Según describe David Phillips en sus estudios, tras la divulgación de una noticia de suicidio se suceden una serie de suicidios posteriores, que hubieran sido completamente evitables en el caso de no haberse difundido, porque son consecuencia directa de la publicación. Lo más asombroso del estudio es que la cadencia de suicidios posteriores a la noticia se sucede a lo largo de varios meses y las víctimas más usuales son los adolescentes.

A este fenómeno lo llama «efecto Werther», extraído de la novela de Goethe Las penas del joven Werther que, tras su publicación en 1774, desencadenó una oleada de suicidios que se desprendían de la acción suicida del protagonista de la novela. El problema fue tan desquiciante que algunos países europeos prohibieron su comercialización, para intentar frenar la escalada de suicidios entre los jóvenes.

Ante este panorama nos tendríamos que plantear la pertinente disquisición entre la libertad de prensa y la influencia que ésta puede ocasionar entre la población. Es obvio que no podemos optar por prohibir determinadas noticias con tintes infames y que sabemos positivamente que pueden provocar situaciones de muerte entre los receptores, pero los que firman las noticias necesitarían ser conscientes del impacto que van a generar y de las consecuencias que pueden llegar a tener.

Tendríamos que analizar lo que ocurre con noticias de agresiones a mendigos, vídeos en Internet donde se propinan palizas a diestro y siniestro, terrorismo, violaciones, asesinatos, pederastia, agresiones a los padres por parte de los hijos, carreras ilegales de coches, robos y un sinfín de maldades que hacen las delicias de muchos medios de comunicación y llenan sus espacios con el más flagrante de los morbos sin reparar en las posibles consecuencias.